Camila y Adrien caminaban por la acera, de regreso tras una larga jornada de trabajo. Habían compartido sonrisas y momentos tensos durante la caminata, pero ahora, mientras avanzaban bajo la brisa de la noche, el ambiente parecía estar cargado de una calma inusual… una calma que precedía a algo importante.
Camila giró su rostro hacia él, con una expresión serena pero también melancólica.
—Gracias por entenderme —dijo, con voz suave—. Sé que algún día encontrarás al amor de tu vida. Lo mereces, Adrien.
Él detuvo su andar por un instante. La miró con una mezcla de tristeza y ternura. Había esperado esas palabras, pero también temido escucharlas. Su mirada se posó en los ojos de Camila, como si intentara memorizar cada trazo de su rostro antes de decir lo que había guardado durante tanto tiempo.
—Tú eres el amor de mi vida, Camila —confesó, con un susurro que parecía pesar toneladas—. Todo lo hice por amor. Quizás algún día me odies… quizás no entiendas lo que tuve que hacer, pero nunca