Adrien caminaba de un lado a otro en el pasillo del hospital, con el ceño fruncido y las manos crispadas en los bolsillos de su chaqueta. Su corazón latía con fuerza, como si presintiera que algo estaba a punto de salirse de control. Miraba con nerviosismo a su alrededor, observando a las enfermeras que iban y venían, a los pacientes en camillas y a los familiares que esperaban noticias. Pero él solo estaba atento a una cosa: a la habitación de Camila.
Sabía que el tiempo se estaba agotando. Los médicos de Álvaro ya habían terminado su trabajo y en cualquier momento darían la noticia de que Camila había muerto. Pero Adrien tenía un problema: el doctor Ramos. No sabía si el hombre trabajaba para Álvaro o si simplemente era ajeno a todo este complot. Y eso lo inquietaba.
Justo en ese momento, vio al doctor Ramos salir de la sala de cuidados intensivos. Llevaba una carpeta en la mano y su rostro mostraba una expresión serena pero cansada. Adrien sintió que tenía que actuar con cautela.