Alejandro estaba furioso. Apretaba los puños con tanta fuerza que sus nudillos se tornaron blancos. No podía creer que Camila le hubiera colgado la llamada de esa manera. La desesperación lo consumía, y su respiración era agitada. Andrés, al verlo así, decidió intervenir.
—Cálmate, primo. Acabo de hablar con los hombres. Revisarán todas las iglesias en busca de Camila. Si está casándose, lo sabremos pronto.
Alejandro lo miró con determinación y con una chispa de desesperación en los ojos.
—No se casará, Andrés. Tengo que impedir esa boda. No puedo perderla.
Andrés suspiró, comprendiendo la angustia de su primo. Caminó hasta la nevera, sacó un vaso con agua y se lo extendió.
—Bebe esto y tranquilízate.
Alejandro tomó el vaso, bebió el agua de un solo trago y luego lo dejó con fuerza sobre la mesa.
—Salgamos a buscarla, Andrés. No podemos esperar más.
Ambos salieron apresurados del hotel y subieron al auto. Alejandro conducía con los ojos atentos a cada iglesia que pasaban. Su corazón l