Me senté en mi escritorio, con la mano aún temblorosa por la adrenalina, y miré a Inés. Ella, con su habitual calma, esperaba mis instrucciones, su mirada sabia y comprensiva. Había sido testigo de mi furia, de mi determinación, y sabía que mi siguiente paso sería crucial.
—Inés —dije, mi voz, un susurro que apenas lograba controlar—. Necesito que hagas algo por mí. Algo importante.
Inés asintió. —¿Dime, Catalina? Estoy lista para lo que necesites.
—Necesito que llames a Verónica —dije, y vi cómo sus ojos se abrieron ligeramente con sorpresa.
—¿A Verónica? —preguntó Inés, con cautela—. ¿Estás segura, Catalina? Después de todo lo que pasó…
Asentí con firmeza. La decisión ya estaba tomada. No era por celos, ni por buscar más confrontación. Era, por entender, por armarme de todas las verdades posibles. —Sí, Inés. Hablo en serio. Pienso que ella es otra víctima de este… de este club de machos alfa de Leonardo. Necesito entender cómo funcionan, cómo manipulan a las mujeres, y ella podría s