El bullicio del "Velvet Club" envolvía a Leonardo como una manta ruidosa y familiar. Los destellos de las luces de neón danzaban sobre las copas llenas de whisky, y el ritmo palpitante de la música electrónica se filtraba en cada rincón del local, vibrando en el aire y en los huesos. Era su refugio habitual cuando la presión del mundo real, o en su caso, del mundo laboral impuesto y de su extraña situación matrimonial, se volvía demasiado asfixiante.
En ese momento, una figura alta y familiar se acercó a la mesa. Fernando. Su sonrisa, tan amplia como siempre, no ocultaba su habitual malicia. Juan Carlos y Leonardo intercambiaron una mirada de resignación.
—Vaya, vaya —saludó Fernando, con un tono que era una mezcla de burla y falso interés—. ¿Qué tal va todo, Leonardo? ¿Todo de qué? —respondió Leonardo, con el ceño fruncido.
Fernando se inclinó sobre la mesa, sus ojos brillantes con una curiosidad insidiosa. —Con tu chica, hombre. ¿Cómo que ya no eres tan conquistador como eras antes?