Mi mente seguía un torbellino de la revelación de Inés sobre el club de "machos alfa" de Leonardo, y la confirmación de que su amabilidad era una manipulación cruel para asegurar su fortuna. La rabia aún me quemaba, pero ahora, fría y calculadora, se transformaba en una estrategia. El juego había comenzado, y yo estaba dispuesta a jugarlo a mi manera.
Me había sumergido en los informes, pero mi concentración era superficial. Cada tanto, mi mirada se desviaba hacia la puerta, esperando el regreso de Inés. Necesitaba su ayuda, sus ojos y oídos, para mantener mi plan en marcha. Y para mi sorpresa, no tuve que esperar mucho.
Inés entró en la oficina con su habitual discreción, pero pude notar una tensión sutil en sus hombros, una chispa inusual en sus ojos. Me miró, y supe que traía algo más.
—Catalina —dijo, cerrando la puerta suavemente—. Hay algo más que debo contarte. Lo acabo de escuchar en el lobby.
Dejé los documentos a un lado, centré mi atención totalmente en ella. —¿Qué sucedió,