La sala era pequeña, iluminada apenas por un foco amarillento cuya luz mortecina, le daba un toque más lúgubre y tétrico al lugar.
Caminó despacio hasta la pequeña mesa del fondo, en dónde un hombre ya se encontraba sentado, con la mirada clavada en ella, provocándole escalofríos.
Haló la silla que se encontraba frente a este y se sentó, con varios sentimientos entrelazados en su corazón, al ver a aquel bebé que tantas veces arrulló en sus brazos ahora ahí, convertido en todo un criminal.
- Hermanita.- Nereo sonrió al ver a Caliope, observandola con atención.
- ¿Para qué me llamaste?.- La pelinegra preguntó con el ceño fruncido, sin entender absolutamente nada.
- Sólo quería verte.- Nereo respondió encogiéndose de hombros.- ¿Eso también está mal?.- Preguntó con un deje de amargura.
- No lo sé.- Caliope lo observó con detenimiento y algo en su corazón dolió.
- Supongo que ahora eres feliz.- El pelinegro le sonrió.- Encontraste a tu hijito, te ganaste su amor e incluso conseguiste que m