Inicio / Romance / Vuelve conmigo ex-esposa / 3. ¿Desde cuándo te importa lo que yo haga?
3. ¿Desde cuándo te importa lo que yo haga?

—Sabía que eras tú. —Un enorme rugido brotaba—. En serio… ¿te gusta hacerme esto? Tuve que aguantarme verte con un maldito hombre tras nuestro divorcio. —Rió de manera irónica—. Te mandé a investigar porque no lo entendía, y al verte con otro hombre en esas fotos… ¡¿por qué lo haces?! —vociferó sumamente enojado.

—Esto debe ser una maldita pesadilla —murmuré, ignorando aquellos gritos, queriendo obligarme a pensar que era solo mi imaginación.

—¿De verdad, Dorothea? ¡No puede ser! ¿Acaso pretendes presumir de un hombre delante de mí? ¡Por Dios! —rugía de una manera tan fuerte que invadió el baño.

Sin comprender la disputa, me acomodaba con una mirada desafiante.

—¿Disculpa? Se te zafaron los tornillos, porque es lo único que me explico para que me grites así.

La atmósfera estaba cargada de tensión. La mirada penetrante de Alexander me impactaba como cuchillos. Notaba cómo su enojo crecía como una tempestad a punto de desatarse. La última vez que nos habíamos visto, las cosas habían acabado en no muy buenos términos; esta vez sabía que no podía dejarme intimidar por él.

—¿Y qué estabas pensando al venir aquí? —me espetó, su voz un susurro cargado de desdén—. ¿Pavonearte con otro hombre mientras yo estoy tratando de cerrar un negocio?

Dejé escapar una risa irónica, tratando de mantener la calma, a pesar de que sus palabras ponían en peligro mi paciencia.

—Oh, por favor, Alexander. Como si te importara realmente. Puedo estar con quien se me dé la gana, y tú deberías callarte y aceptarlo. ¿Recuerdas que estamos divorciados? —Mi voz resonaba con potencia y determinación. Ya no era la niña que aguardaba ansiosa su regreso para recibir muestras de cariño.

Su ceño se frunció y su mandíbula se endureció, indicando claramente que había tocado un tema delicado. La rabia en sus ojos era como fuego ardiente, pero la satisfacción de desafiarlo era más intensa.

—Es increíble pensar que seas tan… detestable —expresó con desdén, soltando cada palabra como si fuera un veneno letal.

Di un paso hacia adelante, reduciendo la separación entre nosotros.

—¿Detestable? Eso es lo mejor que puedes decir, seguramente, ¿eh? Anímate, Alexander, hay una gran variedad de adjetivos más originales por descubrir en el mundo para intentar insultar a alguien —le espeté con una sonrisa.

Y entonces, algo cambió. La chispa que había entre nosotros, esa mezcla explosiva de odio y deseo, alcanzó un punto de ebullición. De repente, se aproximó hacia mí rápidamente, sujetándome contra la pared del baño con sus manos, sin darme momento para reaccionar.

El beso que recibí fue intenso, arrollador, como si intentara conquistar todo mi ser. La calidez de su cuerpo contrastaba con la frialdad del azulejo detrás de mí. Correspondí al beso, cediendo por un momento, ya que la tensión entre nosotros siempre resultaba complicada de eludir, incluso en medio de nuestras discusiones durante nuestro matrimonio.

Al separarnos al fin, los dos teníamos dificultad para respirar. El ambiente se sentía extraño por lo cerca que estábamos; la energía de nuestros cuerpos seguía presente en el aire. Sin embargo, no podía permitir que la emoción me confundiera.

—No te hagas ilusiones —le advertí, bajando la mirada para recomponerme. Tenía que recordarle que no había sanciones para mis decisiones.

Y ahí estaba yo, tomando una decisión rápida. Con un movimiento decidido, le di una patada en sus entrepiernas. La expresión de su rostro al caer de rodillas fue hermosa.

—Si vuelves a besarme sin mi permiso, no dudaré en demandarte y acusarte de acoso —bramé con fuerza, sintiendo una satisfacción extraña al ver cómo se retorcía de dolor.

Era un tipo insufrible, pero a veces, en medio de todo este caos, no podía evitar pensar en cómo había sido antes. Sin embargo, hoy no era lugar para la nostalgia. Solo había espacio para la burla y la libertad de no estar casada más con él. Lo dejaba en el suelo del baño de mujeres, retorciéndose, mientras me acercaba a mi mesa, donde Daniel me observó con detenimiento.

—¿Todo bien?

—Sí, de maravilla.

Los nervios los tenía a flor de piel en esos momentos. Mi teléfono sonaba, y al ver la pantalla, todo mi cuerpo se paralizó. Era una llamada de Emely, así que lo primero que pensaba era que algo le había pasado a mis hijos. Con rapidez, tomaba el teléfono.

—Mami, Anastasia dice que si puedes traernos un helado, que te extraña. Tía Emely dijo que podíamos llamarte desde su teléfono.

Escuchaba a mi Alejandro hablarme desde la línea telefónica, algo que usualmente me causaba alegría, pero en esos momentos sentía pavor. Mi mirada se mantenía en el baño femenino, de donde emergía Alexander.

—Mami, ¿puedes escucharme?

No…

Debía irme, o en definitiva él me quitaría a mis hijos si se enteraba. Con rapidez, entraba en mi auto, dando por terminada la cita con Daniel.

—Genial, varios países de distancia… y el destino decide juntarnos en el mismo restaurante —mordía levemente mi labio de la rabia al llegar a casa de mis padres.

Llegaba a la casa de mis padres, donde Emely, mi hermana menor, bajaba por las escaleras. Ella me miró con detenimiento, riendo lentamente.

—Vaya, Daniel sí que se inspiró hoy.

—¿Disculpa?

—Tus labios, parecen que te picó una abeja.

Con cierto temor, saqué mi celular y noté que mis labios estaban hinchados.

—No me picó una abeja, una serpiente horrible me mordió.

—Pues, anótame para que también reciba una mordida —se burló ligeramente entre risas.

Aunque solo fuera una broma, me incomodó pensar en mi hermana con Alexander. Mientras observaba a Emely, aclaraba suavemente mi garganta.

—¿Los niños?

—Durmiendo como angelitos. De acuerdo, me estoy yendo ahora. Mañana, después de recoger a los niños en la escuela, los llevaré contigo porque luego tengo que ir a la universidad.

—Sí, lo tengo presente, no te preocupes.

Esa mañana era levantada por mis risueños niños, los cuales saltaban emocionados en mi cama.

—¿Mamá, mamá, vas a venir por mí hoy?

—Hoy no es posible, Alejandro. Tu madre estará muy ocupada, pero tu tía Emely se encargará de llevarlos al hotel.

—Mamá, ¿por qué no viene nuestro papá a recogernos? Al igual que mi amiga Mónica. —preguntaba Alejandro, mientras mi hija solo asistía de manera tímida.

—Cariño, ya te dije que tu papi no está aquí. Él se marchó muy lejos.

—¿Hacia dónde? —respondió Alejandro.

—Lejos, dije.

—¿Y si lo llamamos? Mami, seguro papi vendrá.

—No vendrá, Alejandro. Su papi está sumamente ocupado y no tengo su teléfono.

—¿Y si vamos con Santa? Si le pido eso, seguro nos lo dará.

Antes, podía simplemente decirle que no estaba y ellos aceptaban, pero mientras pasaba el tiempo, me pedían más explicaciones. ¿El detonador? Los padres de sus amigos, además de que estaban creciendo.

—Dejen a Santa tranquilo, demasiado trabajo tiene para estar preocupado por eso. Bueno, niños, hora de prepararlos.

Tras prepararlos y dejarlos en la escuela, me la pasaba trabajando hasta que, en mi agenda para las tres, llegó una notificación de reunión. Requerían mi firma para uno de mis nuevos hoteles en Hawái. Me sorprendía no estar enterada, pues esos temas tendían a pasar primero por mis manos, y que yo supiera no tenía alguna. Así que, algo confundida, decidía ir a la sala de conferencias, pues estos temas siempre se trataban en ese lugar. Al notarme, mi secretaria comenzó a perseguirme como si estuviera poseída.

—Señorita Crawley, ¿a dónde va?

—Tengo una reunión, supuestamente, así que iré a verla.

—¡Esa reunión no es para usted! El señor Stuar está en esa reunión y me pidió cancelarla de su agenda. ¡No sé cómo se programó de nuevo!

—¿Eh? No pasa nada. Además, vi que es fundamental que firme, por lo tanto, si estoy presente en la reunión, todo se agilizará.

Al abrir la puerta de la sala de conferencias, los papeles que sostenía en mis manos temblaban ligeramente. Mi cabeza era un caos total; no me habían advertido que el contribuyente presente en la reunión era Alexander. Me sentía abrumada por la frustración. Tenía suficientes razones para dudar de su presencia, y el hecho de que no me lo dijeran solo aumentaba mi tensión.

Él comenzó a mirarme detenidamente. Pude notar en la mirada de Alexander un aire de superioridad que solía exhibir como si fuera parte de su atuendo exclusivo. La puerta estaba detrás de mí, y sentía que, si me volteaba, sería como entregar una derrota en una pelea que ni siquiera habíamos peleado.

—Oh, vaya, mira, es mi querida ex esposa —rió de manera mordaz—. Decidiste darnos el honor de aparecer —comenzó a reírse de manera sarcástica—. Para los negocios, parece que no huyes a lo que yo diga. No, solo te vas cuando ya no te interesa.

—¿Y tú, Alexander? —respondí, endureciendo la mirada—. ¿Desde cuándo te importa lo que yo haga? Tú eras el que se desentendía de todo.

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP
Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP