La disputa se volvió más acalorada. Las palabras hirientes se cruzaban entre nosotros como cuchillos afilados.
—Eh, chicos —interrumpió Michael, un tanto aturdido—, nuestra única finalidad aquí es discutir este acuerdo. Alexander me observó con rabia y, con un tono visceral, murmuró: —Por supuesto, es fácil hablar de negocios. Al menos esta vez Dorothea tiene la decencia de venir a terminar el contrato… no como con su divorcio. —Nunca quise hablarte porque no vales la pena ni para eso, Alexander. —Sabía que debía alejarlo para poder estar tranquila. Me acerqué a él, olfateando su perfume, y tomé el papel que tenía Michael, colocándolo delante de Alexander—. Firma esto. No quiero que tus restaurantes sigan enlazados a mis hoteles. Alexander observó el documento con desprecio, como si fuera una criatura repugnante. —Me niego a hacerlo, Dorothea. Mis restaurantes van a seguir enlazados a tus hoteles, te guste o no. —No me interesa lo que desees —retumbó mi voz en el salón. —A pesar de nuestro divorcio, continuaremos colaborando. Si sientes molestias al trabajar conmigo, ¿por qué no renuncias a tu puesto como CEO? Lo miré, desafiándolo con la fuerza de mi mirada. El fuego en mi interior se avivó. —No trabajaré para ti ni contigo, Alexander. Yo tengo el poder aquí, así que te quiero fuera de mis hoteles. Su sonrisa esbozó la crueldad de su respuesta. —Seguirás vinculada a mí, aunque lo odies. —Eres un infantil, ¿sabes? —le dije, tratando de debilitar su muro. —Al menos no soy tan infantil como para dejar un divorcio abandonado en la mesa del salón y salir corriendo como una niña pequeña. —¡¿Cuál es tu problema?! —¿Sabes cuál es mi problema? —su voz se volvió más áspera—. Mi problema es que mi exesposa no solo dejó tirado nuestro divorcio como si fuese una simple servilleta junto a su anillo, ¡sino que se buscó a otro hombre en un abrir y cerrar de ojos! No fuiste lo suficientemente madura para hablarme de frente. No eres lo suficientemente madura para estar trabajando como CEO. ¡Ese es mi problema! En ese preciso instante, Michael decidió que era buen momento para interrumpir la pelea. —Creo que sería mejor dejar esta reunión para otra ocasión —dijo, tosiendo ligeramente, intentando aligerar el ambiente con un gesto casual. —Alexander, no te quiero en mis hoteles. Manda a tu representante o a quien sea, pero tú no. Sin decir nada más, me levanté de la mesa para dirigirme a la salida. No pensaba dejar que sus provocaciones me afectaran. Al acercarme a la puerta, sentí un impacto en mis piernas. Al bajar la mirada, percibí unos lazos en forma de orejas de conejo. Al alzar la vista, Anastasia me regaló una sonrisa tan dulce que parecía capaz de derretirlo todo. —Mi pequeña, ya estás aquí. —Anastasia, que no dejó de abrazarme, asintió con solemnidad—. ¿Quieres salir a pasear con tu mami ahora? Fui respondida con una leve sonrisa de confirmación. —¿Mami? Vi de reojo cómo Alexander se ponía de pie con curiosidad y dirigía la mirada hacia Anastasia. Por el cariño que sentía por mi hija, había olvidado que él seguía ahí. Algo me heló la piel… debía alejar a mis hijos de él. Desde lejos, observé a Emely con Alejandro tomados de la mano, y el miedo me invadió. ¿Qué sucedería si descubría que mis hijos eran también sus hijos? ¡Me los iba a quitar! Alexander, en el ámbito empresarial, era conocido por su implacable crueldad. Los sentimientos y emociones no le importaban si se trataba de algo que consideraba suyo. Años atrás, asistió a audiencias legales para disputar la propiedad de un negocio familiar, alegando que le pertenecía. La mujer implicada lloró, imploró y suplicó, ya que ese establecimiento tenía un valor sentimental para su familia, pero él no se detuvo. Se lo arrebató sin contemplaciones. Llena de temor, al divisar a Emely, le hice una seña discreta para que alejara a Alejandro. De mis dos hijos, él era quien más se asemejaba a su padre. A pesar de tener mis ojos, Anastasia poseía una combinación de tonos verdes que la hacían única y difícil de identificar. —¡Dorothea! ¿Tienes una hija? La pregunta se escuchó como un murmullo sordo en la habitación. Nuestros ojos se cruzaron mientras intentaba observar a la niña. Anastasia, completamente emocionada, se escapó corriendo hacia Michael para mostrarle un conejito. —Oh, ¿es un conejo nuevo? ¿Te lo han comprado? —preguntó Michael con ternura. Anastasia negó con la cabeza y Michael se agachó junto a ella. —Ya veo, ¿fue un regalo? —Anastasia asintió, sonriéndole con viveza—. ¿De la escuela? —Su sonrisa lo confirmó todo—. ¿En serio? Es tan bonito que sería genial que se lo mostraras a mi asistente. ¿Quieres ir? Michael se levantó y salió con Anastasia de la mano. Más que nadie, él sabía lo insistente que yo era con ocultarle mis hijos a Alexander. Internamente, le agradecí al notar la mirada penetrante que Alexander me lanzaba. —¿Tienes hijos?… ¿Cuándo? ¿Por qué? ¿Es mía? —¿Tuya? —me burlé con ironía—. No te creas tan arrogante, Alexander. Puedo conquistar al hombre que quiera. Y por eso no dudé en buscarme a alguien más. —¿Te casaste de nuevo? ¿Con el del restaurante? Digo… porque no veo anillo. —No. Simplemente es alguien con quien salgo. —¿Quién es el padre de la pequeña? —Ha fallecido. Tras mi separación contigo, viví la relación más maravillosa y hermosa de mi vida —mentí—. Un amigo que trabajaba en la biblioteca. Me esperó hasta que regresé. Una relación muchísimo mejor que la que tuvimos tú y yo. De esa relación nació mi hija. Solo mi hija. Exhaló suavemente, como si soportara un peso en la espalda, y luego ajustó su corbata. —Tengo que volver a Inglaterra, pero quiero que sepas que no tengo intención de aceptar el acuerdo que estás proponiendo, Dorothea. Si es necesario acudir a los tribunales, lo haré. Sin pronunciar palabra, abandonó la sala de conferencias. Por un instante, sentí una fugaz sensación de tranquilidad. Con la mano sobre el pecho, sentí cómo mi corazón latía con fuerza. Le envié un mensaje a mi hermana preguntándole dónde estaba. Respondió que en el parque del hotel. Al llegar, vi a Michael en los columpios con los niños. Él y mi padre se habían encargado de suplir esa figura paterna que mis hijos necesitaban. —¿Por qué vino Alexander? Mientras observaba a mis hijos divirtiéndose, Emely me lanzó una mirada seria de reojo. —He intentado rescindir un contrato con él, pero no quiere aceptarlo. No imaginé que vendría a hablar con Michael. He estado intentando evitarlo. —Ya veo… ¿Le dijiste? Incliné ligeramente la cabeza para arreglarme el cabello. —No lo haré. Y no tengo intención de hacerlo. —Dory, sé que eres mi hermana y que has pasado por mucho dolor, pero son sus hijos. Nada podrá cambiar ese hecho —murmuró en voz baja. Cuando me llamó por mi sobrenombre, supe que hablaba con seriedad. —No lo son. Son míos. Además… si se lo digo… ¿y si un juez me los quita? —susurré con pavor, con tristeza y pesar, notando a mis dos niños sonreír. —Eso no ocurrirá. Tus niños están bien cuidados, tienen estabilidad, una familia que los ama. No creo que eso pase. —Emely, no lo conoces —susurré con tristeza en la voz—. Siempre que desea algo y acude a la corte, gana. Lo he visto. No quiero compartir a mis hijos. Son míos. Yo los di con dolor. Yo los cuidé cuando se enfermaron. He estado ahí para todo. Y sé que él querrá quitármelos. No puedo permitirlo. —Bien, pero si no deja de venir al hotel, debes avisarme. Si llega a encontrarse con Alejandro, estarías en serios aprietos. —Sí, lo sé. En eso tienes toda la razón. —Exhalé suavemente—. De momento, es mejor mantenerlo en secreto. Para todos, mis hijos fueron producto de una relación fugaz con un bibliotecario que solía visitar tras regresar de Inglaterra. Fue un buen amigo, que lamentablemente falleció en un incendio en su casa. Para todos, él era el padre de mis hijos. Por eso debía pensar con la cabeza fría. Él era un Lennox. Un hombre que solo pensaba en su beneficio. Y eso significaba una sola cosa: debía alejar a mis hijos de él. Si se enteraba de que eran suyos, no dudaría en arrebatármelos si fuera necesario. Mi teléfono sonó. Lo levanté, notando en las notificaciones de mis redes sociales un mensaje que me heló la piel. SecretShadow: Yo sé tu secreto, y muy pronto se lo diré. Me paralicé, intentando convencerme de que solo se trataba de un loco que quería molestarme… que mi secreto estaba a salvo… que nadie más lo descubriría.