Capítulo XLII
Maximiliano
Desde aquella noche, Scarleth no me deja ni un segundo. Me llama a cada rato, aparece en lugares donde ni la espero y no hay momento en que pueda respirar tranquilo. Cada mañana llega al edificio con esa sonrisa que ya no me resulta tan dulce y me saluda frente a todos con un beso en los labios. Me sigue a todas partes. Cada gesto suyo me confunde, cada lágrima que derrama me hace sentir atrapado, y no sé cómo manejar esto sin perder la paciencia.
Sigo sin entender cómo terminó todo así… cómo pasé la noche con ella.
Y mientras la observo llorando otra vez, con el rostro apoyado en mi hombro, no puedo evitar preguntarme si alguna vez volveré a tener un momento de paz.
—No sé por qué eres así conmigo —susurra ella, con la voz quebrada—. No entiendo qué hice para que me trates así.
La escucho, con el ceño fruncido y la respiración entrecortada. No sé qué decir; todo en ella me irrita y me confunde a la vez. La manera en que se aferra a mí, las lágrimas que caen