Capítulo XXVI
Clarissa
Las paredes me asfixian. Huele a encierro, a humedad, pero también a esa noche. La casa sigue igual… o tal vez no, pero yo la veo como estaba cuando papá vivía aquí. Sus pasos, el rechinar de las escaleras… todavía lo escucho.
La puerta se abre. Mamá entra. Su sombra se alarga sobre el suelo y siento que me traga entera. Mi pecho se sacude, quiero gritar, pero apenas me sale un susurro:
—Mamá…
Su sonrisa me hiela. Se acerca, me toca el cabello y juro que siento las manos de esa noche, frías, obligándome a mirar.
—Ay, cariño… todo el sufrimiento que podrías haberte evitado si hubieras guardado silencio —dice, como si nada—. Pero fuiste una hija mala.
No. No, no… Yo lo vi. Vi cómo papá estaba amarrado, vi cómo lo golpeaba, cómo lo torturaba. Y luego… el disparo. La sangre corrió como un río oscuro, el agujero en su frente me dejó muda.
—¡Tú lo mataste! —grito, con todo lo que me queda de voz—. ¡Yo te vi!
Mamá sonríe como si jugara conmigo. ¿Y si estoy loca? ¿Y si