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Dos días después luego de desayunar y entrenar por cuarenta minutos -por su petición no por mi exigencia– terminé acompañándola a la cita con el oncólogo. Me sentía realmente nervioso y dudaba ser una buena compañía pero me alegraba que Lía hubiese contado conmigo para algo tan importante, así que por nada del mundo me negaría.

El doctor Braxton era uno más de la camada de médicos a bordo del caso de Lía. Ella estaba nervioso, era obvio, y se encogía bajo el sueter de cuello alto y manga larga color blanco que decidió utilizar junto con un pantalón de chandál color negro y zapatillas a juego. Su cabello estaba atado en un moño de bailarina sobre su cabeza con ciertos cabellos del frente cayendo sobre su cara, se había maquillado poco y decidió usar gafas para el sol aún cuando el día era bastante frío y los rayos no quemaban. Entendía que quisiera algún escudo ante la realidad y ahí estaba yo para acompañarla.

Decidió no contárselo aún a su padre, no había encontrado la fuerza para ha
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