El aire en la oficina de Leona Vélez era tan denso como un veredicto sellado. Olía a café fuerte y a verdades que dolían más que cualquier sentencia. Céline se sentó al borde de la silla de cuero, con las manos entrelazadas sobre las rodillas, sin maquillaje y con el rostro demacrado por las noches de insomnio. A su lado, Delmont revisaba documentos desde una tablet, imperturbable pero atento.
—El abogado de Kilian no se presentará —anunció Leona sin rodeos, dejando caer un expediente sobre la mesa—. Dorian Zeller dejó la ciudad hace semanas. No hay dirección nueva, ni movimientos registrados en el colegio de abogados. Es… altamente sospechoso.
Céline no dijo nada. Solo apretó más los dedos. Delmont levantó la vista.
—Y si se fue, es porque sabía lo que se venía.
Leona asintió con gravedad.
—Decidí no esperar más y comenzar a revisar los registros notariales de las propiedades en común. Lo que encontramos… no es alentador.
Abrió el expediente. Céline se inclinó lentamente hacia