Kilian se despertó tarde, con el sol golpeándole la cara a través de las cortinas abiertas. La villa estaba en silencio. Alina se había ido días atrás, otra vez con la excusa de atender asuntos del Instituto Renn. Él sabía que no era verdad, o al menos no del todo. Después de su última discusión, ella había sentido que necesitaba espacio. Él también. Aunque no lo diría en voz alta.
El aire de Kalliste estaba tibio, con ese olor salado que impregnaba hasta las paredes. Caminó por la casa sin camisa, con una taza de café negro entre las manos. El silencio no lo calmaba. Lo ahogaba.
Había pasado los últimos días intentando actuar como si esa vida le perteneciera: navegaba por la costa como un turista sin destino, bebía en bares discretos con una sonrisa vacía, y nadaba en la madrugada como si el agua pudiera borrar su nombre. Pero cada gesto de libertad era solo una coreografía sin alma, como si estuviera interpretando el papel de un hombre que ya no existía. Había comprado ropa nuev