Céline se detuvo frente al espejo largo del vestidor. A pesar del maquillaje aplicado con precisión, su rostro conservaba una palidez tensa, hundido levemente en las mejillas. Las ojeras no desaparecieron del todo, solo se camuflaron. Su piel había perdido el brillo. Parecía una escultura sin pulir. Optó por unas gafas oscuras, grandes, con montura discreta. No solo para el sol. Para cubrirse. Para elegir qué parte de sí mostrar.
Clarisse la observó desde la puerta. No dijo nada, pero asintió con aprobación. El vestido negro que Céline había escogido era sobrio, sin adornos, pero delineaba su figura con elegancia. Era luto, sí, pero también presencia. Un mensaje.
Entonces Céline respiró hondo. Y salió a escena.
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El amanecer sobre el Lago Lemán tenía algo de quietud sagrada. La niebla se deslizaba sobre el agua como un velo que aún no sabía si ocultar el duelo o envolverlo con dignidad. El muelle privado estaba despejado, salvo por una discreta presencia técnica: cámaras, cabl