Las horas comenzaron a caer como fichas de dominó, una tras otra, sin que nadie supiera qué las empujaba.
Céline permaneció en su oficina más tiempo del habitual. Cada vez que su móvil vibraba, el corazón le golpeaba el pecho con fuerza. Pero nunca era él. Correos, notificaciones, llamadas ajenas. Nunca Kilian.
Volvió a llamar al puerto privado. Nadie lo había visto. Ninguna salida registrada en las últimas horas. Pensó en llamar a la policía, pero algo en su interior le pidió esperar. No quería sonar paranoica. No todavía.
Intentó mantenerse ocupada. Revisó documentos, respondió correos, firmó aprobaciones. Todo con la mecánica eficiencia de quien sabe fingir calma. Pero su mente estaba en el lago, en el velero, en el silencio.
A mediodía, Agnes la llamó desde casa para preguntar si debía preparar algo especial para la cena. Céline no supo qué responder. Se limitó a decir que no sabía si volverían a cenar juntos esa noche.
Poco después, una conversación en el pasillo de la ofici