El papel crujía entre sus dedos, arrugado por la presión de una mano que, hasta ese día, jamás había temblado en público. Céline Valtieri llevaba más de media hora de pie frente al lago, sin moverse, sin hablar, observando cómo la bruma se deslizaba sobre la superficie del Lemán como una sábana húmeda cubriendo algo que ya no podía tocarse.
No necesitaba volver a leerlo. Ya lo sabía. Lo había visto en las noticias, en la expresión de Clarisse, en el silencio tembloroso de los oficiales. Lo había escuchado en la televisión, lo había sentido en el cuerpo, como una certeza que se instala sin permiso.
Kilian. Su Kilian. Había desaparecido.
Y todo lo que quedaba eran las palabras frías que no dejaban espacio para la esperanza: "Se presume fallecido."
Durante un instante —uno que se estiró como si el tiempo le diera tregua para negar la realidad—, Céline intentó encontrar un hueco en esa declaración. Una palabra que dejara espacio a la duda. Un error. Algo.
Pero no lo había.
Est