La casa estaba extrañamente tranquila.
Céline se despertó sola. Se desperezó con una sonrisa ligera, aún envuelta en el calor que Kilian había dejado en las sábanas. Palpó su lado de la cama con los ojos cerrados, esperando encontrar su espalda, su brazo, su aliento. Nada.
Abrió los ojos.
La nota seguía ahí, en la mesita de noche: “Fui a navegar. Nos vemos en la oficina. Te amo ❤.”
Suspiró, entre tierna y resignada. Kilian solía hacerlo, sobre todo cuando necesitaba despejar la cabeza. Pero esta vez… había algo distinto.
Se sentó en la cama, sintiendo en su cuerpo las huellas de la noche anterior. El calor entre las piernas, la presión leve en las caderas. Sonrió de nuevo, con rubor, pero luego esa sonrisa se desvaneció al notar algo más: el silencio.
La casa no tenía ese rumor matutino habitual. No se oía a los niños correteando ni la cafetera burbujeando. Se puso una bata y salió al pasillo.
Agnes estaba en la cocina, moviendo los utensilios con una lentitud poco común. La cafetera