Decidieron viajar en una van espaciosa. Céline había organizado todo con cuidado: un chofer profesional, mantas por si los niños dormían, snacks saludables y hasta una pequeña canasta con tazas térmicas. Agnes los acompañaba también, como siempre en los viajes familiares, ayudando con los niños y asegurándose de que todo estuviera bajo control.
Kilian no puso objeción. Había dicho que estaba cansado, y Céline lo entendió. Lo atribuyó al estrés acumulado, a las noches agitadas, al trabajo. No imaginaba que, en realidad, era el peso de estar al borde de una decisión irreversible lo que le doblaba los hombros.
Los niños iban radiantes. Elian no se quitó su gorro de astronauta en todo el trayecto y hablaba con emoción contenida sobre el hotel, los juegos en la nieve, la sorpresa que le habían prometido por su cumpleaños. Yvania canturreaba en voz baja, mirando por la ventana los árboles altos que comenzaban a aparecer conforme subían hacia la montaña.
Céline sonreía. Se giraba para hacerl