Elian e Yvania iban callados. Desde que salieron de la Mansión Valtieri, no habían hecho más que mirar por la ventana del coche. Ni una queja. Ni una pregunta. Solo ese silencio espeso que Matthias aún no sabía leer del todo. Elian tenía la mandíbula apretada y los puños cerrados sobre sus rodillas, como si sostuviera algo que no se atrevía a soltar. Yvania, en cambio, apoyaba la frente contra el cristal, con la mirada perdida y los ojos ligeramente hinchados, como si acabara de llorar o aún lo estuviera haciendo por dentro.
Iban de regreso a Altura Valtieri, pero antes de tomar la salida hacia el distrito financiero, Matthias desvió el volante.
—¿Alguien quiere pastel?
No fue una invitación. Fue una súbplica disfrazada. Necesitaba verlos reaccionar, aunque fuera con una mueca. Y la obtuvo. Elian apenas giró el rostro. Yvania bajó la mirada. Pero sus pequeños hombros se relajaron apenas un poco. Agnès, desde el asiento trasero, le lanzó una mirada preocupada. De esas que no nece