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Últimamente, las cosas se sentían diferentes.
No perfectas. No resueltas. Pero… posibles.
Kilian no se lo decía en voz alta, pero había días en que despertaba y sentía algo parecido a paz. No dormía en el sofá, no llegaba de madrugada, y Céline ya no lo miraba como si esperara que todo se rompiera. Compartían espacio, rutinas. Algunas risas cortas en la cocina mientras preparaban la lonchera de Yvania. Comentarios cómplices cuando Elian insistía en usar su “bata de científico” para los proyectos escolares.
Incluso habían vuelto a tener intimidad. No fue como antes. Tampoco fue como esa noche desesperada. Fue suave. Casi tímido. Como si sus cuerpos se buscaran sin exigirse respuestas. Y aunque el silencio todavía pesaba entre ellos, Kilian había empezado a pensar que tal vez, solo tal vez, aún podían encontrar el camino de regreso.
Había visto a Céline sonreír con los niños y, por primera vez en mucho tiempo, sonrió también sin culpa. La imagen de ella sentada en el suelo con