El auto se deslizaba lentamente por las calles adoquinadas de Florencia. Céline iba en el asiento trasero, la cabeza apoyada contra el vidrio mientras observaba, fascinada, los colores cálidos de la ciudad, la arquitectura de otro tiempo y el pulso vibrante que latía en cada esquina.
El viaje había sido largo, pero al menos silencioso. El chofer que la esperaba en el aeropuerto era un italiano de acento musical y sonrisa tímida, que hablaba un francés bastante decente. Mientras avanzaban por los puentes sobre el Arno, ella anotaba mentalmente los lugares a los que quería ir con Matthias. Habían hablado de recorrer galerías, buscar alguna trattoria escondida para cenar sin cámaras, caminar de noche sin apuros. Les costó despedirse en el aeropuerto más de lo que esperaban. Hubo besos que se prolongaron más de lo debido y una promesa implícita sobre lo que harían cuando se reencontraran en el hotel.
Él llegaría mañana por la noche. Ella intentaba convencerse de que un solo día no era t