Matthias Corven nunca fue un hombre impulsivo. Había aprendido a leer los silencios, a esperar el momento adecuado. Como psicólogo, conocía el peso de los duelos no resueltos, las heridas que no se ven y las pausas necesarias para sanar. Por eso, aunque Céline había despertado en él sentimientos reales desde hacía meses, se había limitado a acompañarla sin invadir su espacio.
Pero todo había cambiado la noche del lanzamiento. El beso que compartieron no había sido casual ni confuso. Fue una verdad revelada, sencilla y profunda. Ella también sentía algo, y aunque no estaban listos para nombrarlo, sabían que era real.
Él le había prometido respetar su ritmo. Pero eso no significaba quedarse inmóvil. Céline no era una mujer común. Era de esas que merecen ser cortejadas con dignidad, con belleza, con intención. Y él estaba decidido a hacerlo bien.
Así que dio el paso.
Con la ayuda silenciosa —y sorprendentemente diligente— de Clarisse Valtieri, preparó un almuerzo especial. Reservó un