El silencio de la cabaña solo era roto por el crujido tenue de la leña al consumirse. Afuera, la noche envolvía el paisaje con una quietud casi dolorosa.
Kilian soltó un suspiro largo, como si llevara horas guardando aire.
—A veces… —murmuró sin mirar a Alina— a veces solo quisiera desaparecer. De todo.
Alina no respondió de inmediato. Se tomó su tiempo. Se acercó al sofá donde él estaba sentado, todavía con la camisa abierta, el pecho expuesto a la brisa tibia del fuego.
Se sentó a su lado, sin tocarlo aún. Sus palabras llegaron despacio, como gotas cayendo sobre una piedra agrietada.
—¿Y si no fuera tan descabellado?
Él giró apenas el rostro hacia ella, confundido.
—¿Desaparecer?
Ella asintió con una sonrisa breve, casi imperceptible.
—No hablo de escapar como un cobarde. Hablo de empezar de nuevo. De construir algo fuera del ruido, fuera del deber, fuera de todas esas etiquetas que te han colgado.
Kilian bajó la mirada. Jugaba con el borde de un vaso vacío, como