El vuelo de regreso a Belvaronne había sido una pesadilla. No por la turbulencia, sino por el asedio. En Kalliste, la prensa se había apostado desde la madrugada, cámaras y micrófonos extendidos como cuchillas. Celine y Matthias habían tenido que atravesar un cerco humano de flashes, preguntas ofensivas y titulares que los seguían como un enjambre.
Ni siquiera al aterrizar tuvieron paz. El aeropuerto de Belvaronne los recibió con más caos, más cámaras. La seguridad privada de la familia Valtieri apenas logró contener a los medios para que pudieran subir al vehículo sin incidentes mayores.
Pero lo peor fue llegar a la mansión.
La antigua residencia de los Valtieri estaba cercada por periodistas. Los gritos, los empujones. El conductor intentó avanzar, pero el tumulto no permitía abrir las puertas. Dos agentes de seguridad salieron del portón, empujaron con firmeza, y finalmente lograron hacerlos entrar.
Céline apenas respiraba. Sentía el pecho apretado, como si toda la isla de Kall