—Un poco, ¿por qué?
—Tus abuelos y yo estuvimos sin comunicación una semana. Ella iba a visitarlos todos los sábados, sabíamos que estaba cansada y quería irse, así que cuando no llegó a casa, llamamos. Ella dijo que había decidido quedarse, pero también dijo: “En una semana, si quiero ir con ustedes, vengan por mí. No importa que no les conteste, cuando vayan a venir duermo mucho”. Luego le dijo algo que le sonó muy raro a tu abuela: “Mamá, ¿te acuerdas de que las hormigas cuando sienten peligro corren y le avisan a las demás, y van todas, no importa si es una falsa alerta?” Ella le preguntó qué tenía que ver eso, y le dijo que ahora que tenía mucho tiempo libre estaba leyendo los libros que tu abuelo le compró cuando pequeña, para enseñárselos al bebé, y que le pareció muy curioso que las hormigas muchas veces se guiarán por instinto. Y le colgó.
Los siguientes tres días, él era el que respondía los mensajes o las llamadas de sus padres diciendo que ella estaba durmiendo. Ellos decidieron darles tiempo, pero estaban seguros de que irían a visitarlos. Cuatro días antes de ir, se dañó un horno. Era la primera vez que se dañaba de una forma tan rara. Tu abuela decía que cuando explotó sintió que era tu madre pidiendo ayuda. Y mientras tu abuelo y yo tratábamos de entender cómo se explotaba un horno desconectado, tu abuela entró gritando que teníamos que ir por su niña.
Cuando llegamos, estaban subiendo a tu mamá a la ambulancia. Él solo decía que se había caído, pero tu abuela no le creía nada. Ella solo podía pensar en las hormigas. Fuimos al hospital. La médica que la atendió odiaba a Domenico. Había tenido encontronazos con él y sí había sufrido de sus ataques. Creemos que, al estar en un lugar de estrés, no podía fingir. Así que cuando la pusieron en el cuarto, le negaron la entrada. Son protocolos para las mujeres maltratadas, ya sabes, eso que siempre dicen que tienen accidentes. El tipo enloqueció tanto que se lo llevó la policía.
No podíamos entender cómo un tipo tan encantador de pronto era un monstruo. Pero solo a ella no le sorprendió. Cuando tu mamá despertó, nos contó toda la historia. Todos sabíamos que esta era la única oportunidad que tenía para poder salir de ahí. Pero no podía salir de una vez. Tu mamá y ella eran amigas. Mucho después contó que ella sí le había recomendado alejarse, y siempre le decía que el tipo no era de fiar. No tenía pruebas, pero su instinto se lo decía. Curiosamente, la única persona que le caía mal a Domenico era ella. Se llama Lucía.
Todo esto era ilegal, pero era eso o despedirnos de tu madre y de ti. Lo primero fue fingir un legrado. Eso daría días en el hospital para que huyera, y tiempo para poner demandas e ir a la policía —o bueno, para que ellos vinieran—. Así que cuando él salió al siguiente día del encierro, fingimos que no pasaba nada y ella le dijo lo de la pérdida. El tipo lloró. Si te sirve de algo… el maldito te quería.
—Sabes que no —le dije, mientras veía más fotos, donde estaban sonrientes.
Lucía dijo que se tenía que quedar una semana en el hospital. Obvio, el tipo trató de meterse en todo y, cuando no pudo, trató de cambiar al médico. Para que la policía escuchara la versión de tu madre y los abogados hicieran sus cosas, lo llevaron por el hospital haciéndole miles de pruebas. Él pensaba que era de rutina y por la pérdida, que era cosa de protocolo. Pero sin saberlo, le tomaron fotos a las marcas de su cuerpo cuando se lo llevó la policía. Porque los dos estaban con marcas por todos lados. Tu madre tenía menos, pero tenía en las manos y sobre todo en el cuello.
Cuando la orden de alejamiento se hizo efectiva, tu abuelo fingió que quería una conversación con él para preguntarle sobre las marcas y qué iba a hacer con tu madre porque estaba muy triste. Mientras él hacía eso, tu mamá decidió que iría a Colombia. ¿Por qué? Porque su apellido era Colombo —los dos reímos—. Siempre que le preguntaba por qué Colombia, ella respondía lo mismo. Siempre pensé que era una forma de evitar la verdad, pero resulta que era la única verdad.
Tu abuela viajó con ella y yo me quedé en la panadería esperando a Domenico. Cuando tu abuelo terminó de hablar con él, salió inmediatamente al aeropuerto. Él tomó otro vuelo. ¿Puedes creer que primero viajaron a Rusia, de ahí a Estados Unidos y después a Colombia? Tomaron las mayores precauciones. Cuando él se dio cuenta, fue como loco a la panadería. Y ahí estaba yo, con el abogado. Le entregamos la orden de alejamiento y una carta que le dejó tu madre.
Aurora, no fueron ni un mes de violencia. Y no fue progresiva. Solo la doctora pudo verlo, y mucha gente lo justificaba por su profesión. Nunca dio señales. Pero estábamos seguros de que un mes hubiera sido suficiente para que la matara. Pero él no contaba con que tu madre era una mujer fuerte y valiente, que haría cualquier cosa por ella y por su familia.
«¿Alguna vez han sentido orgullo y tristeza, dolor y felicidad, rabia y nostalgia? Esas eran mis emociones. ¿Podía yo tener alguna queja hacia mi madre? ¿Podía yo tener algún sentimiento de resentimiento por no contarme su pasado? ¿Podía yo reprocharle algo a esta mujer que fue tan fuerte, que sabía que la única forma de poder estar lejos de su agresor era que la mandara al hospital… y lo hizo? Y de ahí huyó en menos de un mes. ¿Podía yo sentir algo más que orgullo por esa mujer, y entender completamente por qué ella no quería manchar recuerdos ni meter a nuestra vida a un agresor que no merecía ni el mínimo pensamiento? ¿Podía yo decir hoy que mi madre no tomó la mejor decisión?»