Capítulo 44. El Desnudo de la Verdad
Se paró frente al espejo iluminado por un aro de bombillas de luz blanca y brillante. El rostro que le devolvió el reflejo no era el de Aura, la fisioterapeuta, sino el de una mujer al borde del abismo. Pero en lugar de ver el miedo, Aura recordó las palabras de Don Rafael: «Nunca baje su cabeza, m’hija. Levántela. Que vean esa frente alta.»
Esta noche, no se arrastraría. Se elevaría. Si iba a ser condenada, lo haría en la cima de su poder, dejando una actuación tan espectacular que la gente recordaría a Vesper, la leyenda, no a Aura, la víctima.
Con manos firmes, se despojó del traje que llevaba bajo el tapado. El material cayó al suelo, y por un instante, el espejo solo reflejó la silueta de su cuerpo sensual y poderosamente tonificado. Años de danza y el rigor del baile habían esculpido una figura perfecta: los hombros marcados por la fuerza, la cintura estrecha que se unía a unas caderas amplias, y el vientre plano con una sutil línea de músculo que se perdía en la ingle. Cada cur