Asco improvisado.
Los labios de Isabella seguían entreabiertos recibiendo ansiosos cada caricia y la consistencia de ese beso que se había vuelto fogoso le llenaba de morbo y la trasladaba a los recuerdos del pasado de ambos; de los momentos fascinantes que pasaban juntos. Ella colocó sus brazos alrededor de su cuello y él seguía con las manos a la altura de su espalda baja, extendiendo sus palmas para presionar un poco esa zona; se besaban despacio y sin prisa, queriéndose percibir uno al otro, sintiendo ella la humedad de su boca sobre sus labios a medida que sus manos alcanzaron a acariciar el nacimiento de su cabello, mientras que sus brazos la aprisionaban con mucha fuerza.
Isabella, sin detenerse a pensarlo, se dejaba querer, por esas manos suaves que recorrían su espalda bajando y subiendo a medida que la intensidad iba en aumento y respirar, se le estaba convirtiendo en una necesidad que no podía ignorar, sin embargo, no se alejó hasta que se quedó sin aliento porque ese beso fue como una llama