Ilusionada con un romance idílico, Isabella se enamoró perdidamente de un millonario playboy. Cuando descubrió que estaba embarazada consideró que el tiempo a su lado le haría ver que era la mujer perfecta para ser su esposa y la madre de su hijo. Creyendo que su sinceridad y su amor podrían dar calidez al frío corazón de ese hombre que se cerraba a ella, decidió ser la primera en proponer que le dieran un giro a su relación secreta. Sin embargo, no esperaba que luego de esa propuesta fuera rechazada. En ese momento se sintió tan patética, humillada y utilizada por el hombre que amaba con locura; que decepcionada decidió que lo mejor sería huir lejos llevando el fruto de su amor en su vientre, sin saber que su dolor solo se extendería más cuando su recién nacido fuese robado de sus brazos. Cinco años más tarde, ellos volvieron a coincidir en una fiesta donde ella lo cautivó de tal manera que él no pudo resistirse a sus encantos. Bailó anonadado con la dama tan sagaz, y segura de sí misma; sin embargo, su coqueteo fue interrumpido por una mujer y un niño que lo llamó papá. Con el corazón hecho añicos, Isabella se dio la vuelta y se marchó. Furiosa consigo misma por haberse acercado a él si de igual manera no planeaba estar con alguien que no la sintió digna de ser su esposa y madre de su hijo. Pero, esta vez es diferente, porque ella solo quiere recuperar a su pequeño dejando el pasado atrás. Sin embargo, él no quiere dejarla ir; pues no está dispuesto a perder por segunda vez a la mujer que ama. Por eso se propone: «Volverás a ser mía Isabella o dejaré de llamarme Maximiliano Gil». PROHIBIDA SU COPIA O REPRUDUCIÓN. 2301063046584
Ler maisElla bajó la mirada llena de un brillo especial a sus manos temblorosas para ver el resultado que le arrancó varios suspiros de felicidad y en sus labios se plasmó una sonrisa que dejaba ver su dicha.
—Amor mío sé que serás el hombre más feliz de este mundo cuando comparta contigo esta maravillosa noticia —habló a la nada sin alejar la mirada de la causa de su alegría.
—¡Señorita Sued…! ¡Señorita Sued! —la llamaba uno de los empleados de servicio que estaba trabajando en la decoración del gran salón de la mansión Gil donde se llevaría a cabo la fiesta sorpresa del cumpleaños del joven Maximiliano.
Ella salió de la nebulosa en la que se había sumergido cuando en la lejanía escuchó el llamado del sirviente, y con rapidez ocultó tras su espalda el papel que tenía en la mano derecha.
—Sí, dígame —respondió con amabilidad a la vez que abría sus grandes y expresivos ojos.
—¿Dónde debo ubicar las flores? —Él levantó uno de los arreglos florales para mostrarle.
—Mmm… —Creó un sonido que denotaba su duda al quedarse pensativa, teniendo la indecisión de cuál sería la ubicación perfecta para las flores que le dieran el toque elegante y armonioso al vestíbulo, puesto que estaba siendo minuciosa porque necesitaba que todo estuviera perfecto—. Creo que es mejor sacar las flores, puede que no le agraden a Maximiliano. —Obediente el individuo aceptó retirarse sin agregar nada más.
El sonido desagradable de unos tacones rechinando contra el piso pulido la instaron a elevar la cabeza en dirección de la persona que se acercaba sonriendo con entusiasmo al ver que se trataba de la madrastra de Maximiliano.
—Buenas tardes, señora Gil —le saludó cordialmente Isabella, aunque la señora no era amable con ella, igual estaba tratando de ganarse su confianza, porque supone que pronto serán familia y debe llevarse bien con su suegra.
—¿Buenas?, serán para ti, que estás aquí perdiendo el tiempo. —Se burló la mujer de forma hiriente, provocando que Isabella tragara al soportar la manera despectiva en la que esa señora la trataba.
—Recoge todas estas cursilerías antes de que Maximiliano aparezca, aborrece las sorpresas al igual que los compromisos. —Volvió a mencionar la señora Gil alzando la comisura izquierda.
Con claridad sabía lo enamorada que está Isabella por eso intentó molestarla.
«¿Odia las bodas?», se preguntó con amargura. Porque de todo lo que dijo la mujer maliciosa lo único que se quedó en la memoria de la joven fue lo que su pareja aborrecía.
Aunque esa rápida charla la llenó de inseguridades, Isabella de igual modo siguió adelante con sus planes y como la mujer encantadora e ingeniosa que era, no se amilanó, sino que recibió a las personas influyentes que había invitado, en su mayoría amistades de Maximiliano que literalmente no la conocían como su novia, porque ellos mantenían una relación secreta.
—Bienvenidos, disfruten mucho —decía al recibir a cada invitado y cuando al fin Maximiliano llegó; ingresaba al salón con ceño fruncido sin entender de qué se trataba dicho alboroto en su hogar.
—Mi madrastra y sus celebraciones inútiles —balbuceo irritado, con ganas intensas de mudarse a su propio pent-house.
Su padre insistía en convivir como una familia y aunque no es un hombre que le importan las peticiones de los demás, quería mantener una buena relación con su padre debido a que en el pasado luego del fallecimiento de su madre, entre ellos se formó un abismo muy grande y su relación quedó prácticamente destruida cuando él decidió tomar a una segunda esposa.
Decidiendo que se retiraría pronto de dicha velada siguió su andar con porte elegante y un aura magnética que atrae a innumerables mujeres que sueñan en conquistar al heredero Gil.
«Es demasiado guapo», pensó Isabella suspirando profundo y sintiendo como el corazón le latía con más intensidad a medida que lo veía avanzar.
Ella que se encontraba al otro lado del salón empezó a acortar la distancia yendo hacia él con pasos pausados luciendo sensual con cada movimiento, ya que, al balancear sus caderas, modelaba cada curva de su cuerpo enloqueciendo a Maximiliano que a pesar de sentir que no la ama, le gusta mucho esa pelinegra de ojos verdes, de caderas pronunciadas, y de pechos grandes y redondos.
—Felicidades, amor —celebró con alegría al mismo tiempo que intentaba darle un beso, pero él giró la cara evadiendo el contacto de sus labios con una actitud fría y cortante, mostrando lo desagradable que le había parecido esa sorpresa, puesto que ella había actuado de manera arbitraria.
Su reacción no fue la esperada por Isabella, quien de estar con una gran sonrisa pasó a poner semblante serio.
—Hablemos —solicitó Maximiliano con tono irritante pero cuando varios conocidos se acercaron a felicitarle tuvo que forzar una sonrisa.
—Joven Gil les deseamos todo lo mejor. —Con hipocresía aceptó los buenos deseos de los invitados.
Hastiado logró deshacerse de las personas y sus insistencias por brindar en su honor. Buscó una vez más a Isabella, mirando en todas las direcciones y cuando la divisó con semblante sereno disimuló para llegar a ella tomándola del brazo dirigiéndose al estudio donde al llegar la soltó de golpe.
—No vuelvas nunca en tu vida a celebrar mi cumpleaños, me fastidia este tipo de festejos —reclamó sin una pizca de amabilidad y ella sintió que algo le oprimía el pecho.
Tenía días arreglando los preparativos para esa fiesta y ahora él la despreciaba siendo cruel.
—Lo siento —murmuró con voz apagada—, llevamos un año juntos teniendo una relación sin etiqueta y prácticamente a escondidas. Pero a pesar del tiempo juntos siento que no te conozco, porque no me das la oportunidad de saber algo de ti. Deja de cerrarte a mí.
—No necesitas saber nada de mí, solo no hagas cosas sin primero consultarlo conmigo —le aclaró estando de pie frente a la licorera sirviéndose un whisky en las rocas.
El corazón de Isabella que siempre late desbocado cada vez que está cerca de su amado, se encontraba oprimido por la fea reacción y palabras hirientes de su amado.
Maximiliano la miró por el rabillo del ojo cuando iba acercando el vaso a sus labios y lo soltó poniéndolo sobre el escritorio.
—Ven aquí Isabella. No quise ser tan duro. —Ella quedó cautivada con ese timbre grave de su voz y a pesar del enfado una electricidad recorrió su anatomía cuando él le rodeó la cintura.
El olor apetecible de su colonia varonil con toque dulce y dominante a la vez, la aturdió haciéndola olvidar momentáneamente su incomodidad.
Estaba tan anonadada que sentía que su hombre es perfecto, seduce, enamora y hechiza sin esforzarse para lograrlo. Su cabello negro azabache, cejas abundantes y pestañas risadas junto con su barba bien tratada hacen el contraste óptimo con esa piel blanquísima y sin imperfecciones.
Ella sintió debilidad en sus rodillas y se aferró a sus bien fornidos brazos percibiendo cómo esos ojos azules claros con pupilas pequeñas que le daban ese toque intimidante le atravesaban el alma y helaban cada capa de piel conllevándola a que jadeara sin haber sido tocada.
—Isabella no me gusta verte enojada —le expresaba a medida que le pasaba el dorso de los dedos por el rostro y cuando ella fue capaz de liberarse de la hipnosis que le causa Maximiliano recordó las palabras dichas por la madrastra de él y astutamente le propuso:
—Sé que la fiesta no es de tu agrado, pero por qué no aprovechamos para que revelemos nuestra relación, así cuando nos casemos no habrá críticas ni especulaciones.
—¡¿Casarnos?! —alzó las cejas con gesto divertido— En mis planes no está casarme o tener hijos, esas dos cosas están prohibidas para mí y ninguna mujer será capaz de hacerme cambiar de opinión. Si deseas continuar a mi lado debe ser justo como estamos.
Ella sintió que algo se quebró en su interior. No pronunció una sola palabra más, sino que se alejó de él y el whisky que Maximiliano sirvió y no había bebido, lo tomó en su lugar de un solo trago antes de salir de ese estudio dejándolo impactado con esa actitud rebelde.
A él le pareció desagradable su conducta y decidió ir detrás de ella para reprenderla, llegando al salón donde la divisó de pie en la barra libre con una copa de champán en la mano.
Las puntas de sus zapatos de piel suficientemente costosos chocaron con las zapatillas delicadas de su amante, quien estaba hecha una furia y tomaba para calmar el enfado.
—Es inaceptable que reacciones así porque yo nunca te dije que lo nuestro sería algo formal —le reprochó con voz baja acercando la cara a la de ella. Sin pensarlo daba una visión muy íntima de ellos dos en ese instante.
Ella se carcajeó con amargura.
—Me ha quedado suficientemente claro —expresó con disgusto y volvió a beber todo el contenido de su copa dejándolo nuevamente con una sensación desconcertante.
Maximiliano vio a todas partes, divisando como las personas compartían unas con otras, y hasta su padre parecía disfrutar de esa velada cuando para él ese día era un de luto y lamento, justo hoy era el aniversario de la muerte de su madre.
Empezó a tomar de manera descontrolada y con mucho rencor en su corazón, porque a pesar de que trataba de perdonar a su progenitor; de su mente no salía la certeza de que, por culpa de una amante y la irresponsabilidad de su padre, fue que su madre murió. Por eso verlo riendo y tomando como si todo estuviera normal avivaba más su resquemor.
«Mamá sé que tu espíritu se retuerce en su tumba al ver que ahora esa mujer que te hizo perder la vida ha ocupado tu lugar», pensó lleno de tristeza añorando poder ver una vez más a su madre.
—Sírvame otro trago —ordenó al barman con un humor irritante.
Habían pasado 4 meses.La boda fue espléndida, aunque Isabella se casó luciendo su pancita. Resulta que no se dio cuenta de que había quedado embarazada desde aquella noche que tuvo un encuentro con Maximiliano. Su sorpresa fue grande cuando descubrió que todos los mareos que le daban eran porque llevaba el segundo hijo que Maximiliano tanto pedía y él cuando se enteró no sabía cómo celebrarlo, a pesar de que ella lo quería fusilar, porque al final se vistió de novia llevando el fruto de su amor en el vientre.Al fin su enfermedad del estómago había desaparecido, estaba cuidando más de sí misma, incluso había dejado que los asuntos empresariales fueran atendidos por Maximiliano, Oliver y Hugo, a ella lo único que le importaba era su pequeño travieso y disfrutar espléndidamente de su embarazo.Mientras que Blas, tras durar esos meses encerrado, no lo soportó, su cuerpo colapsó, y ya estaba en cama mal pasando con el fuerte dolor de pecho que no cesaba ni por un segundo; como si fuera e
Ellos iban tan sumergidos en su charla que no se dieron cuenta de que ya estaban frente al coche y que Máximo estaba esperando.—Hijo…— lo llamó el hombre con voz titubeante y Maximiliano lo vio con irritación.—Dije que no quería verte, por favor respeta mi pedido— le reprochó tosco, y con mirada llena de decepción.—Lo sé, pero necesitaba entregarte esto—. Decía al mismo tiempo que extendía la mano en la que tenía unos documentos, los cuales Maximiliano abrió y se quedó pasmado, Máximo había pasado todos sus bienes a Emiliano, le concedió toda la herencia al pequeño estando vivo.» Vine a pedirles perdón, no fui un buen padre, esposo, suegro y abuelo, tarde lo reconozco. Y siento que hayas pasado por tanto hijo mío, siempre tuviste razón, tu madre murió por mi culpa, yo no supe cuidar de ustedes—. Tras decir esto, Máximo dio media vuelta para irse.—Espera… papá—. Maximiliano agarró su antebrazo, aun con ciertas dudas le dijo:» ¿Y tú qué harás ahora? —. Máximo sonrió débilmente, pe
Un día después:Isabella sé convencía a sí misma de que lo ocurrido fue únicamente una horrorosa pesadilla; sin embargo, cuando bajó la mirada a su brazo derecho y vio que tenía colocada una intravenosa, volvió a la realidad aceptando que vio morir a su amado.— Al fin despertaste. Pedí que te pusieran unos calmantes—. Ella giró el rostro cuando escuchó la voz de Oliver.—¿Por qué pediste que me inyectaran sedantes?, ¡¿por qué?!— le gritó furiosa a medida que se arrancaba sin tacto la intravenosa y se ponía de pie.—Debes calmarte— le pidió preocupado porque ella está sumamente débil.—Es muy fácil para ti, pedirme serenidad. Isabella sabía bien que Oliver no era el culpable de su desgracia y que no debía tratarlo de ese modo, pero no encontraba cómo ventilar su dolor y sin pensarlo estaba siendo muy cortante.» Lo siento. Solo quiero ver a Maximiliano, y a mi hijo—. Oliver la sostuvo y ella forcejeaba.—Escúchame primero, Isabella—. Él que la tenía agarrada por los hombros la zaran
Durante tres días seguidos Maximiliano estuvo en intensivo, en un estado de coma inducido, puesto que la puñalada que recibió le había dañado un pulmón y al perder tanta sangre; ese descuido de su parte afectó más su cuerpo, por lo que los doctores decidieron mantenerlo en coma hasta que apareciera un donante compatible.De todos ellos Isabella fue la que resultó ser compatible, pero por su estado de salud el doctor no permitió que fuera ella la donante, y aunque ella insistió, rogó y por último amenazó, de nada sirvió, así que no le quedó más que buscar un donante compatible.Justo en este momento a Maximiliano le estaban realizando la quinta y última cirugía, e Isabella sentía cierta emoción mientras esperaba junto a Oliver y a Hugo.—Vamos viejo, tú puedes salir de esta— murmuraba Hugo como si Maximiliano pudiera escucharlo.Todos estaban tan nerviosos que la espera lo agobiaba, incluso Oliver que no sabía por qué tan de repente le había nacido esta preocupación por el hombre que l
—¡¡Ay mi cabeza!!— soltó Isabella en un quejido cuando al fin despertó con un fuerte dolor que creyó que le explotaría la cabeza, y ni siquiera quería abrir los ojos.—¿Mamita estás bien? —. La voz infantil de Emiliano la hizo abrir los ojos, dándose cuenta de ese modo que no estaba en su departamento sino en el de Maximiliano. Emiliano y la niñera la veían como a la espera de su reacción, entonces ella vio que la mujer tenía en la mano una bolsa con hielo.—Si mi amor, mamá está bien, solo tiene un poquito de dolor—. Le tocó el mentón al infante de manera cariñosa para no crear preocupación en él. —Pero tu cabeza parece la de un unicornio, y no quiero que te duela—. La ocurrencia del pequeño la hizo reír en medio del dolor, y luego arrugó el rostro.—No te preocupes, es muy mínimo.Le mostraba dejando un pequeño espacio entre el dedo pulgar y el índice cuando agregó:» Así de poquito es mi dolor—¿Qué me ha sucedido? — preguntó aturdida, ya que de inmediato recordó que estaba siendo
Maximiliano estaba inquieto y veía el reloj en su muñeca una y otra vez; recostado de su auto esperaba en el estacionamiento por Isabella, y aunque había entrado varias veces a buscarla los agentes le pedían que debía esperarla fuera.—¡Me desesperas cada vez que miras ese jodido reloj! — le reprochó Oliver quien había ido también.—No sé para qué demonios estás aquí— rezongó Maximiliano con evidente molestia. Hoy le causaba envidia que él fuera a llevarse el triunfo por haberla ayudado a salir de prisión, le reconoce el mérito pero que quiera aprovecharse de eso para brillar delante de Isabella lo pone loco de celos.—Qué no se te olvide Gil, Isabella sigue siendo mi prometida— le dijo Oliver para fastidiarlo, pues ya sabía que esa mentira morirá pronto.—No por mucho, créelo, Isabella pronto será mi esposa— le estrujó a la cara y Oliver soltó un bufido. ***Gracias a las evidencias Isabella había sido declarada inocente y pronto le darían su libertad, pero antes
Último capítulo