Kael.
Eran las dos de la madrugada.
La cabaña estaba en completo silencio, salvo por el crujido ocasional de la madera y el canto lejano de un búho.
Yo dormía profundamente, abrazado a Celeste, con una pierna sobre la suya y la cabeza medio enterrada en su cabello. Estaba soñando con algo agradable… creo que era una pelea épica contra un dragón que me ofrecía pastel de mora como recompensa.
Y entonces, una voz suave, pero urgente, me sacó del sueño.
—Kael…
—Mmm…
—Kael…
—¿Qué pasa? —murmuré, medio dormido.
—Necesito algo.
Me incorporé de golpe, alerta como si me hubieran dicho que la cabaña estaba en llamas. Vi que era Celeste la que me llamaba.
Mi corazón se alivió un poco.
—¿Estás bien? ¿Los bebés están bien? —interrogué, revisando cada parte de su piel.
—Sí, sí —dijo, acariciándose la panza—. Pero necesito comer algo. Ahora. ¡Me siento muy desesperada! Es extraño.
—¿Qué quieres? ¿Te traigo fruta? ¿Pan? ¿Galletas? —pregunté.
Ella me miró con esos ojos grandes y brillantes que