Celeste.
El dolor en mi garganta era insoportable. Scarlet apretaba mi cuello con una fuerza brutal, su mirada estaba consumida por una ira desquiciada. Me odiaba. Sus ojos querían torturarme hasta la muerte. Me despreciaba por lo que había hecho, y cada palabra que escupía era un veneno dirigido directamente a mi corazón.
Ella se había vuelto completamente loca, y eso que perdió la mitad de su poder de bruja, aunque todavía le quedaba el de vampira.
—¡Mataste a mi hija! —gritó con todas sus fuerzas, sus dedos presionaron más fuerte mi cuello, no podía tragar saliva—. ¡Eres una maldita! ¡Te odio! ¡Te odio!
Luché por liberar mis manos, o encontrar alguna forma de escapar, pero su agarre era firme, alimentado por su deseo de venganza contra mí.
No creí que perdería la cabeza así de rápido.
El aire se volvía más escaso y mis pulmones ardían, necesitaba respirar lo antes posible por mis bebés.
El mundo se volvía borroso. Así que, con el poco aliento que me quedaba, decidí destrozarla