Celeste.
Me encontraba en la enfermería. El aire olía a desinfectante suave, de ese que intentan perfumar para que no huela tanto a hospital, pero no lo logran del todo.
Estaba sentada en la sala de espera con las manos cruzadas sobre el vientre, tamborileando los dedos contra mi camiseta como si eso fuera a calmar la marea de emociones que me recorría el cuerpo.
Kael estaba junto a mí, tranquilo… o pretendiendo estarlo. Llevaba una camisa azul oscuro con las mangas arremangadas, y cada vez que me miraba, hacía ese gesto dulce de ladear la cabeza ligeramente, como para asegurarse de que estaba bien.
—No estés nerviosa. Todo saldrá bien hoy, ya lo verás —Me guiñó el ojo.
—¿Acaso no estás nervioso? —Apreté los labios.
—Por supuesto que también estoy nervioso, pero no pretendo demostrártelo.
—¿Por qué?
Kael no me respondió porque la puerta del consultorio que usaba Sebas, se abrió y la sanadora Teresa nos llamó con una sonrisa, tragué saliva.
—Celeste, Kael. Bienvenidos —dijo con