La lluvia golpeaba los ventanales con suavidad, como si el cielo también necesitara liberar peso. Eva estaba sentada en el sofá del departamento, arropada con una manta ligera, el diario de Felipe entre las manos. Las primeras páginas le habían mostrado a un hombre apasionado, decidido, lleno de esperanzas que a veces rozaban la ingenuidad. Pero fue cuando llegó al tramo de los últimos meses —poco antes de su muerte— que las palabras comenzaron a doler más. La tinta estaba más apretada, la caligrafía más veloz, como si necesitara dejar constancia de algo que no podía decirle a nadie más. “Hoy he perdido a mi único aliado. Julián me dio su palabra. Me abrazó . Me dijo que el apellido no importaba, que haría lo correcto, que Eva y su madre merecían ser reconocidas. Me juró que, esta vez, rompería con la familia de ser necesario, que se quedaría junto a mi…” Eva tragó saliva. Siguió leyendo. “Pero hoy, frente a todos, en esa sala donde las decisiones se gritan en voz baja, Julián se
La noche había caído sobre la ciudad, pero en el despacho de Santiago Duarte, la oscuridad era más que una simple ausencia de luz. Sentado tras su escritorio de caoba, Santiago hojeaba una carpeta de cuero negro. Cada página era una confirmación, una pieza más del rompecabezas que había estado construyendo durante semanas. Frente a él, un hombre delgado, vestido de traje oscuro, esperaba con las manos cruzadas tras la espalda.—¿Está completamente seguro? —preguntó Santiago sin levantar la vista.—El informe incluye pruebas de ADN, registros de nacimiento alterados y testimonios cruzados. No hay margen de error. Alejandro no es hijo biológico de Antonio Duarte.Santiago cerró la carpeta con un chasquido seco. Se levantó con lentitud y caminó hacia la ventana que daba al corazón financiero de la ciudad. Observó el horizonte como si desde allí pudiera ver cómo su linaje se limpiaba de una mancha.—Alejandro... siempre sospeché que no era uno de los nuestros. Demasiado justo, demasiado le
La sala de juntas estaba en silencio, pero no por respeto. Era un silencio tenso, cargado, el tipo de quietud que antecede a una decisión irreversible. Santiago presidía la mesa con los dedos entrelazados y una expresión impenetrable. A su lado, un abogado de mirada afilada sostenía una carpeta de cuero. Alejandro, al otro extremo de la mesa, mantenía el rostro sereno, pero su mirada delataba el estrés contenido.Uno de los directores, un hombre mayor de cabello gris y voz firme, fue el primero en hablar.—Señores, los hechos son públicos. Los resultados del test de ADN, la confirmación de la señora Duarte, y el comunicado oficial emitido por Santiago. No se trata de un juicio moral, sino de una decisión de gobernanza.Alejandro alzó la mirada.—He dirigido esta empresa con integridad. La saqué de la crisis de hace dos años. Multipliqué el capital de inversión, abrimos tres nuevas divisiones y nuestra imagen ante el mercado se recuperó por completo. ¿Van a invalidar todo eso por una p
El cambio no llegó como una tormenta ruidosa. Llegó como una brisa helada que se colaba por los pasillos de la empresa, silenciosa pero mortal. Santiago Duarte asumió formalmente la presidencia del Grupo Duarte con una sonrisa para las cámaras y un puñal invisible para todos los que no se inclinaban ante él. Las puertas del poder se abrieron para él, pero se cerraron para muchos otros.La primera reunión ejecutiva bajo su liderazgo comenzó con una limpieza silenciosa. No hubo escándalo, ni gritos. Solo despidos, traslados, "reorganizaciones". Carla, la asistente personal de Alejandro, fue reasignada a una bodega de archivo en las afueras de la ciudad. Rodrigo, uno de los jefes de proyectos que había colaborado con Eva en sus propuestas, fue despedido con una carta escueta y sin explicaciones. Mariana, la jefa de finanzas, fue degradada a analista sin posibilidad de apelación.Los pasillos que antes habían estado llenos de energía, de ideas compartidas y planes futuros, ahora eran zona
La ciudad seguía latiendo afuera, indiferente, con sus luces frías y su ruido sordo. Pero en ese departamento, el tiempo se había detenido.Eva sintió el roce tibio de los dedos de Alejandro sobre su cintura, un toque que hablaba más de necesidad que de deseo inmediato. Sus labios, suaves y temblorosos, buscaron los de ella con una mezcla de urgencia y devoción, como si cada beso fuera una oración que intentara sanar las heridas del alma. No se besaban para olvidar, sino para recordar. Recordar quiénes eran cuando todo era incierto, lo que habían superado a contracorriente, lo que se prometían en silencio sin necesidad de palabras.Sus cuerpos comenzaron a acercarse con lentitud, como si temieran romper la frágil quietud que se había tejido entre ellos. El calor que emanaban era distinto al del deseo físico; era el calor de dos personas que se habían sostenido mutuamente en la oscuridad, y ahora buscaban, en ese contacto, el ancla que les devolviera la sensación de pertenencia. Alejan
La luz de la mañana apenas comenzaba a colarse entre las cortinas cuando Eva abrió los ojos. Alejandro aún dormía a su lado, su rostro relajado en una calma que contrastaba con la tormenta que ambos arrastraban en el corazón. Eva no se había dormido del todo. Había pasado horas en silencio, con la mirada fija en el techo, mientras su mente diseñaba lo que sabía debía ser el siguiente paso.El dolor de ver a Alejandro desplomarse en sus brazos, vencido por la humillación y la pérdida, había encendido algo feroz dentro de Eva. No fue solo compasión lo que sintió, fue una fuerza visceral, una urgencia que nacía no de la rabia, sino de un amor profundo, inquebrantable. Cada palabra quebrada que él había pronunciado esa noche, cada temblor en su voz, se había grabado en ella como fuego. Fue en ese instante cuando comprendió que no solo luchaba por su pasado, sino por el futuro de ambos.Si antes quería justicia por su historia, ahora quería algo más: restaurar la dignidad de quienes habían
El salón estaba iluminado por luces blancas, frías, y una decena de micrófonos apuntaban hacia el podio en el centro de la tarima. Afuera, la calle estaba colapsada. Cámaras, periodistas, ciudadanos curiosos y hasta algunos empleados de la empresa se agolpaban en la entrada del centro de conferencias del hotel donde Eva Montenegro había convocado a los medios.Desde que se anunció la rueda de prensa, las especulaciones se multiplicaron. Nadie sabía con exactitud qué revelaría la mujer que había sido el blanco de rumores, desprestigio y silencios. Pero todos intuían que no se quedaría callada.Dentro, Alejandro esperaba en una sala privada junto a Carla, Rodrigo y Mariana. No era una casualidad que ellos estuvieran presentes. Era su círculo de confianza. Los que habían resistido junto a Eva incluso cuando el piso se desmoronaba. Alejandro, con una expresión serena pero tensa, miraba fijamente el monitor donde pronto vería a Eva hablar. La admiración y la ansiedad se mezclaban en su pec
El día siguiente a la conferencia de prensa amaneció con una tensión eléctrica sobre la ciudad. En cada cafetería, en cada pantalla de celular, en cada redacción de periódico, se hablaba de Eva Montenegro. La mujer que había derribado el silencio con una declaración que sacudió los cimientos del Grupo Duarte, una de las instituciones más poderosas del país. Pero lo que nadie esperaba era que aquel terremoto mediático recibiría un nuevo impulso… desde la cima de la misma dinastía.La prensa aún estaba intentando digerir las palabras de Eva cuando se anunció una nueva conferencia, esta vez en los jardines de la Fundación Duarte. La convocatoria no fue hecha por Eva ni por su equipo, sino por alguien que había vivido durante años entre las sombras del poder: Julián Duarte. El patriarca. El abuelo. El hombre cuya sola aparición en público era sinónimo de gravedad, de mensaje.A las 11 en punto de la mañana, la explanada frente al edificio de la fundación estaba repleta de cámaras y period