La primera chispa

El sol caía sobre los techos de zinc del barrio Las Magnolias cuando el automóvil de Alejandro se detuvo frente a una construcción de dos plantas pintada con murales coloridos. Eva observó con curiosidad el edificio: tenía grandes ventanales y en el frente podía leerse "Centro Comunitario Las Magnolias - Fundación Herrera".

—Llegamos —anunció Alejandro mientras apagaba el motor—. Quería mostrarte este lugar antes de que avancemos más con tu propuesta de becas.

Eva asintió, admirando los murales que representaban a niños y adultos trabajando juntos entre árboles y flores. Después de la cena de la noche anterior, donde habían compartido mucho más que una comida, sentía una mezcla de nerviosismo y expectación por pasar más tiempo con él.

—Es precioso el edificio —comentó mientras descendía del auto—. ¿Hace cuánto que existe?

—Tres años —respondió Alejandro, caminando hacia la entrada—. Aunque la fundación lleva trabajando con esta comunidad casi ocho. El centro lo construimos cuando nos dimos cuenta de que necesitábamos un espacio permanente.

Al entrar, el interior bullía de actividad. Varios adolescentes trabajaban en computadoras en una sala, mientras que en otra área, un grupo de mujeres participaba en lo que parecía un taller de costura. El aroma a café recién hecho impregnaba el ambiente.

—¡Alejandro! Qué sorpresa verte hoy —exclamó una mujer de mediana edad, acercándose con una sonrisa cálida—. No te esperábamos hasta la próxima semana.

—Hola, Dalia. Quería mostrarle el centro a Eva —respondió él, colocando suavemente su mano en la espalda de Eva—. Eva, te presento a Dalia Soto, directora del centro y una de las personas más comprometidas que conozco.

—Un placer conocerte, Eva —dijo Dalia, estrechando su mano—. ¿Vienes a conocer nuestro pequeño mundo?

—Alejandro me ha hablado de este lugar. Estoy impresionada —respondió Eva sinceramente—. Parece muy activo.

—Nunca paramos —rio Dalia—. Entre los talleres de capacitación, el apoyo escolar, las asesorías legales y los programas de primera infancia, este lugar no descansa. ¿Te gustaría hacer un recorrido?

Eva asintió entusiasmada mientras Dalia los guiaba por el centro. A medida que avanzaban, Alejandro iba saludando a cada persona por su nombre, preguntando por sus familias o por cómo iban sus proyectos. Eva notó que todos lo trataban con respeto pero también con familiaridad, sin la reverencia temerosa que solía acompañar a los ejecutivos cuando visitaban proyectos sociales.

—Aquí tenemos la sala de computación —explicó Dalia al entrar en un salón equipado con unos veinte equipos—. Ofrecemos cursos de programación básica, diseño web y hasta reparación de hardware.

Continuaron el recorrido, visitando el taller de costura donde mujeres de diferentes edades aprendían no solo a coser, sino también a desarrollar pequeños emprendimientos. Había también una biblioteca bien provista y una cocina comunitaria donde se preparaban almuerzos para los niños del barrio.

—Este es nuestro orgullo —dijo Dalia cuando llegaron a un patio interior donde niños pequeños jugaban bajo la supervisión de varias educadoras—. El programa de primera infancia atiende a más de setenta niños de familias trabajadoras.

Eva observó el espacio, limpio y bien equipado, con juegos adecuados para distintas edades. Una niña pequeña corrió hacia Alejandro y se abrazó a sus piernas.

—¡Alejandro! —exclamó la pequeña—. ¿Jugamos al avión?

—Hola, Sofía —sonrió él, inclinándose para quedar a su altura—. Hoy estoy mostrándole el centro a mi amiga Eva, pero prometo que la próxima vez jugaremos.

La forma en que la niña lo miraba, con absoluta confianza y cariño, conmovió a Eva. Alejandro no era un simple ejecutivo cumpliendo con responsabilidad social corporativa; era evidente que visitaba regularmente el lugar y tenía vínculos reales con las personas.

Tras despedirse de la pequeña con un abrazo, Alejandro guio a Eva hacia una oficina donde Dalia les ofreció café.

—Tu propuesta de becas universitarias sería un complemento perfecto para nuestros programas —comentó Dalia después de que Alejandro le explicara brevemente la idea—. Muchos de nuestros jóvenes terminan el bachillerato con excelentes notas, pero no pueden continuar estudiando por razones económicas.

—Precisamente ese es el vacío que queremos llenar —respondió Eva—. En mi experiencia, las becas que solo cubren matrícula suelen fracasar porque no contemplan otros gastos: transporte, materiales, alimentación... Al final, muchos estudiantes talentosos abandonan por estas razones.

—Exactamente —asintió Alejandro—. Por eso me interesó tanto tu propuesta. Es integral.

Eva sintió una calidez en el pecho ante el reconocimiento de Alejandro a su trabajo. "No es solo un hombre atractivo", pensó, "realmente está comprometido con esto".

—Me gustaría conocer más sobre los jóvenes que podrían beneficiarse —dijo Eva—. Si vamos a diseñar un programa efectivo, necesitamos entender sus realidades.

—Tal vez podrías acompañarme al evento benéfico de la fundación —intervino Alejandro—. Es la próxima semana. Además de recaudar fondos, varios de nuestros becados actuales estarán presentes contando sus experiencias.

Eva lo miró, sorprendida por la invitación.

—¿Un evento benéfico? —preguntó, intentando ocultar su nerviosismo ante lo que sonaba sospechosamente como una cita formal.

—Sí, una gala anual para donantes y aliados —explicó él—. Es algo formal, pero nada pretencioso. El objetivo es conectar a quienes apoyan la fundación con los beneficiarios reales.

—Me encantaría asistir —respondió ella con una sonrisa.

—Perfecto —dijo Alejandro, y Eva notó un destello de satisfacción en sus ojos.

Después de despedirse de Dalia y prometerle volver pronto, salieron del centro. Mientras caminaban hacia el automóvil, Eva observó cómo varios vecinos saludaban a Alejandro.

—Te conocen bien por aquí —comentó.

—Vengo al menos dos veces al mes —respondió él—. Mi padre fundó la fundación, pero yo crecí participando en sus actividades. Para mí, no es solo una obligación corporativa.

—Se nota —dijo Eva—. La forma en que interactúas con todos... es genuino.

Alejandro la miró con intensidad.

—Muchos ejecutivos ven la responsabilidad social como una estrategia de marketing o una forma de pagar menos impuestos —dijo con cierta pasión en la voz—. Yo creo que las empresas tienen un compromiso real con las comunidades donde operan. No es caridad, es justicia social.

Eva sintió que algo se removía en su interior. Las palabras de Alejandro resonaban profundamente con sus propias convicciones.

—Es exactamente lo que pienso —respondió—. Por eso diseñé el programa de becas para que fuera integral. No quiero que sea una simple donación; quiero crear oportunidades reales de movilidad social.

Se miraron por un instante, reconociéndose mutuamente en esas palabras que iban más allá de lo profesional. Eva sintió el impulso de acercarse más a él, pero el momento fue interrumpido por el saludo de un grupo de adolescentes que pasaban.

—¿Quieres tomar algo antes de que te lleve de vuelta? —preguntó Alejandro—. Hay una cafetería cerca que sirve el mejor café del barrio.

—Me encantaría —respondió Eva, agradecida por la oportunidad de prolongar su tiempo juntos.

Una semana después, Eva se encontraba frente a su armario, contemplando con frustración las opciones para la gala benéfica. Nunca había sido insegura respecto a su apariencia, pero esta noche se sentía particularmente nerviosa. Después de varios cambios, se decidió por un elegante vestido azul noche que resaltaba su figura sin resultar ostentoso.

"Es un evento profesional", se recordó mientras se aplicaba un ligero maquillaje. Sin embargo, sabía que su nerviosismo tenía poco que ver con lo profesional y mucho con el hombre que la había invitado.

Alejandro pasó a buscarla puntualmente. Vestía un traje oscuro que acentuaba su porte elegante, y Eva no pudo evitar notar lo atractivo que se veía.

—Estás preciosa —le dijo él al verla, con una admiración sincera en la mirada.

—Gracias. Tú también te ves muy bien —respondió ella, intentando mantener la compostura.

Durante el trayecto al hotel donde se celebraba el evento, conversaron sobre los avances en el proyecto de becas. Eva le contó sobre algunas modificaciones que había realizado a la propuesta inicial, incluyendo un componente de mentoría.

—Me parece brillante —comentó Alejandro—. La guía de alguien con experiencia puede marcar toda la diferencia.

Al llegar al evento, Eva quedó impresionada por la elegancia del lugar. El salón estaba decorado con sobriedad pero con gusto, y grandes fotografías de los proyectos de la fundación adornaban las paredes. Inmediatamente notó que, a diferencia de otros eventos corporativos a los que había asistido, aquí había una mezcla diversa de personas: empresarios en trajes caros junto a jóvenes que claramente provenían de los programas sociales.

—Alejandro, ¡qué alegría verte! —los saludó un hombre de mediana edad—. ¿Nos vas a presentar a tu acompañante?

—Por supuesto. Eva, te presento a Ricardo Méndez, miembro del consejo directivo de la fundación. Ricardo, ella es Eva Montenegro, la experta en educación de quien te hablé.

Eva estrechó la mano de Ricardo, notando cómo Alejandro la había presentado primero por su nombre y luego por su rol profesional, un pequeño gesto que apreciaba.

A medida que avanzaba la noche, observó fascinada cómo Alejandro se movía con facilidad entre diferentes grupos, siempre presentándola con respeto y destacando su experiencia. Lejos de ser el típico heredero que cumplía con obligaciones sociales, demostraba un conocimiento profundo de cada programa y un interés genuino en las personas.

La cena fue servida, y Eva se encontró sentada junto a Alejandro en una mesa que compartían con dos jóvenes beneficiarios de la fundación y sus mentores. Después de la cena, comenzó la parte formal del evento. Alejandro fue llamado al escenario para dar un discurso como presidente de la fundación. Eva lo observó subir con seguridad, sin papeles ni apuntes.

—Buenas noches a todos —comenzó él—. Siempre digo que este no es un evento de caridad, sino de justicia. No estamos aquí para sentir lástima por nadie, sino para reconocer que vivimos en un sistema que no ofrece las mismas oportunidades a todos, y que tenemos la responsabilidad de cambiar eso.

Eva escuchaba con creciente admiración. Alejandro hablaba con una elocuencia que no nacía de técnicas aprendidas, sino de una convicción profunda. No usaba jerga corporativa ni frases hechas; hablaba desde el corazón.

—El año pasado —continuó—, veintitrés jóvenes de nuestros programas ingresaron a la universidad. Esto no es suficiente. Necesitamos más aliados como ustedes, que entiendan que invertir en educación no es filantropía, es construir el país que todos merecemos.

Al finalizar el discurso, la sala estalló en aplausos. Eva se encontró aplaudiendo con entusiasmo, profundamente conmovida. Cuando Alejandro regresó a la mesa, sus ojos se encontraron, y ella sintió una conexión que trascendía lo profesional.

—Fue un discurso maravilloso —le dijo—. Realmente crees en esto.

—Es mi pasión —respondió él con sencillez—. Mi padre me enseñó que los privilegios conllevan responsabilidades.

La noche continuó con la presentación de otros jóvenes y el anuncio de nuevas iniciativas. Cuando llegó el momento de la recaudación de fondos, Eva observó impresionada cómo Alejandro manejaba las donaciones con una habilidad natural, motivando a los presentes sin presionarlos.

En un momento, se alejó para hablar con algunos ejecutivos y Eva aprovechó para conversar con más beneficiarios. Cada historia que escuchaba reafirmaba su convicción de que estaba en el camino correcto con su propuesta de becas.

—Hace tiempo que no lo veía tan animado —comentó Dalia, que había aparecido a su lado con una copa de vino—. Alejandro siempre está comprometido, pero desde que comenzaron a trabajar juntos, parece tener una energía renovada.

Eva sintió que se sonrojaba ligeramente.

—El proyecto es importante para ambos —respondió, intentando sonar profesional.

—Por supuesto —sonrió Dalia, con un brillo cómplice en la mirada—. El proyecto.

Cuando la gala estaba por terminar, Alejandro se acercó nuevamente a ella.

—¿Bailamos? —preguntó, extendiendo su mano mientras la orquesta iniciaba una suave melodía.

Eva dudó un segundo. Sabía que aceptar significaba cruzar una línea, moverse del terreno profesional al personal. Pero también sabía que esa línea ya se había difuminado desde aquella primera cena.

—Me encantaría —respondió, tomando su mano.

En la pista de baile, Alejandro la sostuvo con delicadeza, manteniendo una distancia respetuosa que, sin embargo, no disminuía la electricidad que circulaba entre ellos.

—Gracias por venir esta noche —dijo él, su voz un poco más baja y cercana—. Ha sido especial tenerte aquí.

—Gracias a ti por invitarme —respondió ella, permitiéndose disfrutar del momento—. Ha sido revelador verte en tu elemento.

Alejandro sonrió, y en sus ojos Eva vio algo que iba más allá de la atracción física o el interés profesional. Había una complicidad, un reconocimiento mutuo de valores compartidos.

—¿Sabes? Cuando nos conocimos, pensé que eras solo otro ejecutivo cumpliendo con su cuota de responsabilidad social —confesó Eva—. Me alegra haberme equivocado.

—Y yo pensé que eras una consultora más, interesada solo en cumplir con el contrato —respondió él con una sonrisa—. También me alegra haberme equivocado.

Sus miradas se encontraron mientras la música continuaba. Eva sentía que algo importante estaba naciendo entre ellos, algo que trascendía lo profesional pero que se fundamentaba en un respeto mutuo y valores compartidos.

—¿Qué harás mañana después del trabajo? —preguntó Alejandro, rompiendo el silencio.

—No tengo planes —respondió ella, sintiendo un cosquilleo anticipatorio.

—Me gustaría invitarte a conocer otro de nuestros proyectos —dijo él—. Es un centro cultural en un barrio restaurado del centro. Después podríamos cenar.

Eva sabía que esta invitación era más que profesional. Era un paso adelante, una declaración silenciosa de interés.

—Me encantaría —respondió con una sonrisa, permitiéndose por primera vez reconocer lo que estaba sintiendo.

Mientras continuaban bailando bajo las suaves luces del salón, Eva reflexionó sobre cómo, en apenas unas semanas, su vida había dado un giro inesperado. Había llegado a la empresa Herrera como consultora, centrada únicamente en su carrera profesional, y ahora se encontraba en los brazos de un hombre que desafiaba todos sus preconceptos sobre los ejecutivos corporativos.

La tensión entre ellos era palpable, pero era una tensión fundamentada en el respeto y la admiración mutua. Y por primera vez en mucho tiempo, Eva se permitió pensar que tal vez, solo tal vez, había encontrado a alguien con quien compartir no solo proyectos profesionales, sino también sueños personales.

La noche avanzaba, y con cada paso de baile, Eva sentía que se adentraba en un territorio desconocido pero prometedor. Un territorio donde lo profesional y lo personal se entrelazaban, creando algo nuevo y emocionante.

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP

Capítulos relacionados

Último capítulo

Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP