El día siguiente a la conferencia de prensa amaneció con una tensión eléctrica sobre la ciudad. En cada cafetería, en cada pantalla de celular, en cada redacción de periódico, se hablaba de Eva Montenegro. La mujer que había derribado el silencio con una declaración que sacudió los cimientos del Grupo Duarte, una de las instituciones más poderosas del país. Pero lo que nadie esperaba era que aquel terremoto mediático recibiría un nuevo impulso… desde la cima de la misma dinastía.La prensa aún estaba intentando digerir las palabras de Eva cuando se anunció una nueva conferencia, esta vez en los jardines de la Fundación Duarte. La convocatoria no fue hecha por Eva ni por su equipo, sino por alguien que había vivido durante años entre las sombras del poder: Julián Duarte. El patriarca. El abuelo. El hombre cuya sola aparición en público era sinónimo de gravedad, de mensaje.A las 11 en punto de la mañana, la explanada frente al edificio de la fundación estaba repleta de cámaras y period
La mañana amaneció con una tensión casi eléctrica. El aire en los pasillos del Palacio de Justicia vibraba con una expectativa que se podía palpar. Eva Montenegro caminaba firme, vestida con un traje negro entallado que no solo resaltaba su porte, sino que dejaba en claro que no había llegado allí a pedir favores. Había llegado a luchar.Su equipo legal la esperaba en la antesala, rodeados de carpetas, teléfonos que no dejaban de sonar y rostros concentrados. Pero era Eva quien cargaba con la verdadera atención del momento. En su carpeta llevaba los documentos que podían hacer caer la operación más sucia que Santiago Duarte había planificado hasta el momento: la fusión con un conglomerado fantasma con sede en el extranjero, creado exclusivamente para desviar activos del Grupo Duarte sin supervisión.Alejandro la alcanzó justo antes de que entrara a la audiencia. Su mirada era una mezcla de orgullo, ansiedad contenida y una devoción absoluta que parecía desbordarlo desde adentro. Iba v
Apenas cerraron la puerta del departamento, todo el estrés de la confrontación con Santiago se transformó en una energía diferente entre ellos. No necesitaban palabras. Después de muchad noches juntos, sus cuerpos se entendían con una mirada. La ciudad quedó afuera, con sus problemas y amenazas, mientras adentro solo existía esa conexión que habían construido día tras día.Eva se lanzó hacia él, aferrándose a su cuello como tantas veces antes, pero esta vez con una urgencia nueva. Sus dedos se enredaron en el pelo de Alejandro mientras él la levantaba, conociendo ya perfectamente el peso de su cuerpo, la forma exacta en que encajaba contra el suyo.La habitación estaba a media luz, como les gustaba. Conocían tan bien el cuerpo del otro que no necesitaban más. Alejandro la dejó sobre la cama, en ese lado izquierdo que se había convertido en "su lado" con el paso de las semanas.—Tuve miedo Eva... cuando ví a Santiago cerca tuyo, levantándote la mano, yo... No dejaré que ese bastardo vu
El despacho de Eva estaba en penumbra cuando llegó esa mañana. Cerró la puerta tras de sí con una decisión silenciosa y se acercó al gran ventanal desde el que se veía parte del skyline de la ciudad. Las primeras luces del amanecer comenzaban a filtrarse entre los rascacielos, dibujando siluetas doradas sobre el horizonte urbano. Todo parecía en calma, pero Eva sabía que ese era solo el silencio antes del estruendo.Respiró hondo, sintiendo cómo el aire frío de la mañana llenaba sus pulmones. Sus dedos rozaron el cristal templado, dejando una leve marca que se desvaneció en segundos. Así de efímera había sido su presencia en la empresa de su padre hasta ahora: casi imperceptible, fácilmente borrable. Pero eso cambiaría hoy.Aquella mañana no sería una más. Esa mañana comenzaba su ofensiva. La real.Había pasado la noche anterior junto a Alejandro, y entre caricias y susurros habían compartido más que amor: habían trazado líneas de batalla. El recuerdo del calor de su cuerpo todavía pe
El salón estaba repleto de elegancia y lujo. Las enormes lámparas de cristal brillaban como constelaciones suspendidas en el aire, derramando una luz dorada sobre la élite de la ciudad que reía y brindaba con copas de champán burbujeante. El tintineo de las risas falsas se mezclaba con la música de la orquesta en vivo, creando una sinfonía de opulencia. Era la gala anual de la Fundación Duarte, un evento diseñado no solo para recaudar fondos, sino para ostentar el poder y la generosidad de una de las familias más influyentes del país.Para Eva Montenegro, sin embargo, era mucho más que una simple gala; era la culminación de años de trabajo silencioso, la oportunidad que había estado esperando para demostrar que, a pesar de sus humildes orígenes, merecía estar en ese lugar. No por nacimiento, como la mayoría de los asistentes, sino por mérito propio."Respira profundo. No dejes que vean tu nerviosismo", se dijo a sí misma mientras se ajustaba el vestido negro que había comprado con seis
El sonido de sus tacones resonaba en la acera mientras Eva avanzaba por las calles iluminadas de la ciudad. La brisa nocturna agitaba los mechones sueltos de su cabello, pero ella apenas lo notaba. Sus pensamientos seguían anclados en la humillación sufrida en la gala y en la inesperada intervención de Alejandro Duarte. El contraste entre ambos hermanos no podía ser más evidente: uno la había mirado como si fuera invisible, mientras que el otro la había visto verdaderamente."¿Estás segura de que perteneces aquí?" La frase de Santiago se repetía como un eco cruel en su mente. Cada sílaba, cada inflexión arrogante de su voz, ardía en su interior como ácido. Eva apretó los labios mientras esperaba que el semáforo cambiara. A su alrededor, la ciudad bullía de vida nocturna; grupos de jóvenes vestidos para una noche de fiesta, parejas tomadas de la mano, ejecutivos que regresaban tarde a casa. Mundos diferentes que coexistían sin tocarse, igual que en la gala.Pero junto a la herida, algo
Los días siguientes transcurrieron en una vorágine de trabajo. La oficina de Eva, aunque pequeña, se había convertido en su fortaleza. Las paredes color crema estaban tapizadas de notas, gráficos y fotografías de los jóvenes becados cuyas vidas intentaba transformar. Cada noche, las luces de su escritorio brillaban hasta altas horas mientras afinaba cada detalle de la presentación que daría ante el comité ejecutivo. Eva sabía que solo tendría una oportunidad y no podía fallar.Sin embargo, más allá del desafío profesional, un pensamiento persistente la acompañaba: Alejandro Duarte. Cada vez que evocaba la imagen de su mirada intensa y su voz grave, algo dentro de ella se estremecía. La escena en la que él la había defendido frente a Santiago se repetía en su cabeza como una película que no conseguía apagar."Concéntrate, Eva", se regañaba cuando se sorprendía pensando en él. "Recuerda quién eres y por qué estás aquí."Debía recordar que su acercamiento a Alejandro no era por admiración
Eva llegó a su departamento poco después de las nueve de la mañana. Había decidido trabajar desde casa, necesitando espacio para reorganizar sus pensamientos después de la victoria del día anterior. El apartamento, pequeño pero luminoso, contrastaba drásticamente con las oficinas de cristal y acero de los Duarte. Aquí, entre sus plantas y sus libros cuidadosamente ordenados, Eva se sentía protegida, dueña de su propio territorio.Apenas entró, dejó su bolso sobre el sofá y abrió su laptop. Un correo de Alejandro ya la esperaba en su bandeja de entrada.De: Alejandro DuarteAsunto: Nuestra cena de esta nocheMensaje: Eva, reservé en Altamira a las 20:00. Es un lugar discreto donde podremos hablar tranquilamente sobre el proyecto. Te envío la dirección adjunta. Espero verte allí. A.La formalidad del mensaje contrastaba con la intimidad que había surgido entre ellos el día anterior. Por un instante, Eva se preguntó si había imaginado aquella tensión, aquella danza silenciosa donde él hab