Gabriel había cerrado la puerta del dormitorio con suavidad, asegurándose de que el mundo exterior no pudiera interrumpir el momento que estaba a punto de compartir con Eva. La atmósfera en la habitación estaba cargada de deseo, una tensión palpable que parecía vibrar en el aire. Se acercó a ella, su mirada intensa y profunda, como si pudiera leer cada pensamiento y deseo que pasaba por su mente.
— Eres mía — susurró Gabriel, inclinándose hacia ella. Sus labios encontraron el cuello de Eva, donde comenzó a besar su piel con devoción, disfrutando de cada centímetro de su cuerpo —. No estoy dispuesto a perderte. No importa lo que pase, estoy aquí para ti. Pase lo que pase, sea lo que sea.
Eva sintió un escalofrío recorrer su cuerpo al escuchar sus palabras. Se entregó a las garras de su esposo, dejándose llevar por la mezcla de pasión y deseo que los envolvía.
— Gabriel... — jadeó, sintiendo cómo su cuerpo respondía a cada caricia, cada beso. Sus manos se deslizaron por su espalda, a