La tensión en la mansión era palpable. Francisca, al ser ignorada deliberadamente por su hijo, sintió la frustración apoderarse de ella, por lo que gimió de dolor de repente.— Oh, no me siento bien — murmuró, cayendo al suelo y fingiendo dolor en su pecho —. Gabriel, mi muchacho.— Madre, ¿estás bien? ¿Qué tienes? — preguntó Gabriel, su voz cargada de preocupación.— Solo un poco de cansancio, hijo — respondió Francisca, tomando su mano con suavidad.Gabriel inmediatamente la levanto y acostó en el sofá. La escena había sido un espectáculo, y aunque Gabriel se preocupaba por su madre, no podía ignorar el juego que estaba en marcha. Con un grito, había ordenado que llamaran al médico, mientras Francisca insistía en que solo era cansancio.— ¿Dónde mierda está el médico? — gritó.— En camino, señor — respondió Ben.— Hijo, estoy bien. No necesitas hacer tanto drama por mí — dijo su madre, tomando su mano.Violet, que había estado observando desde un rincón, extendió la mano sobre la de
Penelope salió de la tienda, una bolsa de vino en la mano, disfrutando de la brisa fresca que soplaba en la tardecita noche. La luz del sol se filtraba entre los edificios, creando un ambiente cálido y acogedor, pero al mismo tiempo terrorífico. Sin embargo, su tranquilidad se vio interrumpida cuando un coche deportivo se detuvo bruscamente frente a ella. Al principio, quedó congelada, sintiendo que un escalofrío recorría su espalda. No sabía qué esperar, su mente se llenó de pensamientos oscuros, pero cuando vio a Gael descender del coche, su expresión cambió. Llevaba aún su traje del día, impecable y ajustado, y una sonrisa brillante que parecía sacada de una propaganda. “¿Cómo es posible que esté solo?” pensó Penélope, sintiendo una mezcla de sorpresa y curiosidad.—Pen… qué casualidad verte por aquí — dijo Gael con un tono que, aunque nervioso, era cálido y amigable. Era el opuesto de Gabriel, jovial y alegre, con una energía juvenil que contrastaba con la seriedad del esposo
El ambiente en la oficina de Eva había cambiado drásticamente desde la última vez que estuvo allí. La luz del día se filtraba a través de las ventanas, pero no podía iluminar el nublado estado de ánimo de Penélope. Desde su encuentro fugaz con Gael, las cosas parecían diferentes. No sabía cómo actuar a su alrededor. Se sentía atrapada en un torbellino de emociones contradictorias, y la confusión la invadía. Gael no había aparecido en la empresa de Eva desde aquel día, y eso la inquietaba más de lo que estaba dispuesta a admitir. “¿Por qué me importa tanto si era exactamente lo que quería?”, pensó, sintiendo que la frustración crecía en su interior. ¿No era eso lo que deseaba? Que todo fluyera como si nada hubiera pasado, que todo volviera a la normalidad. Pero la realidad era que sí le importaba, y eso la molestaba aún más. — Bueno. Dime, ¿qué pasa? — preguntó Eva, interrumpiendo sus pensamientos. La mirada de su amiga era intensa, como si pudiera ver a través de la fachada que
— Creo que será mejor trabajar — aconsejó Eva, y tanto Pen como Gael, salieron de la oficina.La atmósfera en el despacho de Eva se volvió tensa y cargada de emociones no expresadas. Una vez que quedaron solos, Gabriel y Eva se miraron mutuamente, sintiendo que el silencio entre ellos era denso, casi palpable. Había algo en el aire, una corriente eléctrica que no podían ignorar.— Gabriel — comenzó Eva, rompiendo el silencio —. Creo que… que se gustan.Las palabras salieron de su boca como un susurro, pero resonaron fuertemente en el aire.Gabriel frunció el ceño.— Eso es imposible — respondió, sintiendo que la negación se formaba en su pecho. La idea de que pudieran gustarse le resultaba abrumadora, casi aterradora.Eva se quedó mirando fijamente un punto en la pared, como si buscara respuestas en la pintura.— ¿A tu madre no le gusta, no es así? — cuestionó de repente, rompiendo el momento de tensión.Gabriel la observó, sintiendo que la conversación tomaba un giro inesperado.— So
Penélope había tenido un largo día. Sus pensamientos giraban en torno a todo lo que había aprendido, y la ansiedad la empujaba a apresurarse hacia la oficina de Eva. Cuando finalmente llegó, casi corriendo, la puerta se abrió con un golpe y entró con una energía frenética.Eva levantó la vista y sonrió al verla.— ¿Qué tal tu día con tu apuesto galán? — preguntó, tratando de aligerar la atmósfera.Penélope puso los ojos en blanco y comenzó a mover sus manos de manera agitada.— Tengo respuestas. El detective me ha llamado. Tenías razón — dijo, y al señalar esas palabras, Eva sintió que su mundo se desmoronaba a su alrededor.En algún punto de su mente, deseaba que no fuera real, que estuviera equivocada. Pero eran demasiadas las coincidencias que era difícil de ignorar.— ¿Qué te dijo? — preguntó Eva, sintiendo que una mezcla de miedo y esperanza comenzaba a apoderarse de ella.— Quiere verte. En esta dirección — respondió Penélope, extendiendo un papel que había estado guardando —. Y
Cuando Eva despertó, se encontró en un lugar frío y oscuro. La confusión la invadía, y el dolor en su abdomen era abrumador. Intentó moverse, pero el dolor era intenso. — ¿Dónde estoy? — susurró, sintiendo que la realidad comenzaba a desvanecerse nuevamente. — ¡Eva! — escuchó una voz que la llamó, y sintió que algo dentro de ella se encendía. Era Gabriel —. ¡Eva, por favor, responde! La voz de Gabriel era como un faro en medio de la tormenta. — Gabriel… — murmuró, esforzándose por abrir los ojos. — Estoy aquí, estoy aquí — dijo él, acercándose a ella, su rostro lleno de preocupación —. No te muevas. Estás herida. — ¿Qué pasó? — preguntó Eva, sintiendo que la confusión la invadía nuevamente. — Te dispararon — respondió Gabriel, su voz temblando, y Eva sintió que el miedo la envolvía —. Te encontré en el suelo, y llamé a una ambulancia. Estás a salvo ahora, solo intenta mantenerte despierta. La realidad de lo que había sucedido comenzó a inundar su mente. Recordó el tiro
La reacción de Gabriel fue instantánea.— ¿Qué? ¿Ella sabe quién está detrás de esto? — preguntó, sintiendo que la preocupación lo invadía —. ¿Por qué no me lo dijiste antes?— No sabía que iba a actuar así — respondió Penelope, sintiendo que la culpa comenzaba a devorarla —. La idea era tener las pruebas y entregarte. Gabriel sintió que la rabia se desvanecía lentamente, reemplazada por la preocupación. — ¿Y si le pasa algo? No puedo permitir que eso suceda — dijo, sintiendo que la desesperación comenzaba a apoderarse de él —. ¿Quién es la mujer detrás de todas nuestras desgracias? ¿Quién es la maldita esa?— ¡Gabriel! — La voz de su madre resonó en el pasillo —. Hijo mío. Mi niño. Me acabo de enterar de lo que pasó. ¿Cómo está Eva? Gabriel se encontraba de pie, frente a su madre en el pasillo del hospital. La tensión era palpable en el aire, y su mente estaba en un torbellino de emociones. — Eva está bien, madre, pero no es el momento para hablar de eso — dijo, sintiendo que cad
La habitación del hospital estaba impregnada de un aire denso, casi palpable. Gabriel, con su corazón acelerado, entró y se encontró con la mirada fría de su madre. La máscara que había llevado durante años se deslizaba lentamente, revelando la verdad detrás de su fachada.Eva, se encontraba sentada en la cama, su rostro pálido contrastando con las sábanas blancas. La madre de Gabriel, con su tono pasivo-agresivo, soltaba comentarios que echaban sombra sobre la presencia de Eva.— ¿Por qué siempre tienes que estar aquí, Eva? No quiero que te sientas obligada — decía, mientras sus ojos se posaban con desdén en la joven —. Es decir, entiendo que fue un atentado, pero, te has puesto a pensar por qué te dispararon.— Yo… Eh… No lo sé. Quizás fue un accidente.— ¿Accidente? ¿En un lugar como ese?La puerta se abrió de repente y el esposo finalmente entró. Eva sintió respirar nuevamente, forzando una sonrisa en su rostro.— Mi amor, ya despertaste… ¿Cómo te sientes?— preguntó, ignorando por