78. Estás a salvo aquí.
Mientras tanto, en los aposentos del Alfa, los guardias montaban una vigilancia silenciosa ante la puerta, una barrera invisible destinada a impedir que Damián rompiera su encierro y acudiera en ayuda de su luna. Él, ajeno a su presencia constante, no podía dejar de caminar de un lado a otro, sus pasos marcando un ritmo frenético en un intento desesperado por aplacar los nervios que le roían por dentro. De vez en cuando, su andar se detenía bruscamente frente al lecho donde su hijo dormía con una aparente paz que contrastaba con la tormenta que se desataba en el corazón de su padre.
Un silencio denso, casi palpable, envolvía la menuda figura de Rowan. El niño dormía inquieto, su cuerpo delgado retorciéndose entre las sábanas de lino como si una fuerza invisible lo arrastrara hacia un abismo oscuro tejido en la urdimbre de sus sueños.
Finalmente, Damián se dejó caer pesadamente al borde de la cama, sus grandes manos enlazadas sobre las rodillas tensas. Sus nudillos estaban blancos por