Isolde tragó saliva con dificultad, el corazón golpeándole el pecho con una fuerza dolorosa. Podía sentir su aliento cálido en su rostro, percibir el calor que emanaba de su cuerpo, la tensión palpable que vibraba en el escaso espacio que los separaba... si es que aún quedaba alguno.—No tienes derecho a... —intentó decir, pero la frase se quebró en su garganta, ahogada por la opresión.—Tengo todos los derechos —la interrumpió él con un murmullo grave, sus ojos oscurecidos por una posesión implacable—. Porque te casaste conmigo. Porque eres mía.Ella lo miró con la mandíbula tensa y los ojos brillando con una mezcla de rabia contenida y una emoción más profunda, más turbia, que se negaba a reconocer.Isolde dio un paso lateral, intentando escapar de su encierro, pero su espalda ya había chocado contra la fría madera de la puerta. No tenía a dónde huir. Damián estaba frente a ella, una presencia imponente que la eclipsaba, y esa mirada suya no dejaba resquicio para el desacuerdo.—Est
— No…Susurró Isolde, su voz quebrándose como un hilo fino que se disolvió en el silencio. No entendía del todo qué estaba ocurriendo. Estaba atrapada en ese instante extraño en el que su corazón quería correr, pero su cuerpo se mantenía inmóvil, como si el tiempo mismo hubiera decidido suspenderse. Frente a ella, Damián estaba sentado en el borde de la cama, los codos apoyados en las rodillas, las manos entrelazadas. Estaba quieto, tan completamente inmóvil que parecía una estatua, pero la tensión que emanaba de él lo hacía más real que nunca.Sus ojos, sombríos y fijos en los de ella, no suplicaban. No había rastro de ansiedad, ni de urgencia. Solo esa calma, tan suya, tan insoportablemente serena, que parecía conocerla mejor de lo que ella misma se conocía.Y eso… eso la hizo hervir por dentro.Cólera. Por él, por ella misma, por la maldita historia enredada entre los dos. Por todo lo que había dolido, todo lo que aún escocía.—Eres un arrogante de mierda —escupió con voz áspera, r
El aire en la habitación se había vuelto denso, cargado de una tensión palpable que vibraba entre ellos como una cuerda de arpa a punto de romperse. Las palabras de Damián, ese gruñido grave y posesivo, resonaron en el silencio previo al contacto, hiriendo como un arañazo en la piel sensible de Isolde. No había súplica en su voz, solo una certeza brutal, un reclamo ancestral que parecía emanar de lo más profundo de su ser.Y entonces, la tomó.No fue una caricia, ni una invitación suave. Fue una posesión calculada, una invasión lenta y deliberada que incendió cada terminación nerviosa de Isolde. Cada centímetro de su avance fue una declaración tácita, una promesa oscura tejida en la fricción de sus cuerpos. Sus ojos oscuros, intensos, no abandonaron los de ella ni por un instante. Necesitaba ser testigo de su rendición, sentir la forma en que su cuerpo se abría a él, la aceptación silenciosa que florecía a pesar del torbellino de emociones que la embargaba.Un escalofrío recorrió la e
El aire en el vestíbulo era un muro invisible, una presión asfixiante que dificultaba la respiración. La tensión vibraba en cada mota de polvo danzando en la escasa luz, lista para estallar en una violencia sin cuartel. La luz del atardecer, filtrándose a través de los altos ventanales, teñía las paredes de un rojo ominoso, como si la sangre de batallas pasadas se negara a desaparecer, presagiando la furia desatada que estaba a punto de inundar el salón.Damián, una estatua de músculos tensos como cuerdas de arco, apretaba los puños hasta que sus nudillos se tornaron blancos hueso, la piel estirándose dolorosamente. Su pecho era un fuelle agitado por la tormenta interior, cada inhalación un temblor contenido, cada exhalación un gruñido silencioso. Sus ojos, normalmente de un castaño profundo y cálido, ahora eran dos pozos de ámbar puro, la mirada salvaje y posesiva de su lobo ancestral buscando una presa a la que marcar y reclamar.Frente a él, Raven, permanecía firme como un roble az
Raven se pasó una mano por la mandíbula, limpiando el rastro cálido de sangre que le corría por el corte. El sabor metálico aún le ardía en la lengua. Alzó la mirada y la cruzó con la de Damián. No hacía falta decir nada. Ambos sabían que eso no había terminado. Solo se habían detenido... por ahora.Rowan, con esa timidez dolorosa que solo tienen los niños cuando el mundo de los adultos se desmorona frente a ellos, se acercó a su padre. Buscó su mano con la suya, tan pequeña, y la apretó con fuerza, como si pudiera sujetarlo al presente.Damián bajó la mirada. En esos ojos plateados encontró la única calma que le quedaba.—No seas así, papá… por favor.— suplicó el cachorro.Cerró los ojos. Respiró hondo, profundo, como si ese aliento fuera lo único que lo separaba del colapso. Trataba de encerrar al lobo dentro, de encadenar la rabia antes de que escapara. No dio un paso más. No gruñó. Pero el temblor en sus hombros hablaba por él: seguía al límite.El vestíbulo quedó en un silencio t
Raven con el pelaje erizado en el cuello, avanzó un paso, sus ojos oscuros centelleando con una furia apenas contenida hacia Evelyn. —¡La verdad! —espetó con un gruñido cargado de desdén—. ¿Qué clase de verdad puede salir de esa lengua viperina, traidora? Intentaste arrebatarle su cachorro a Abigail. Por mí, deberías estar pudriéndote en el pozo más profundo de este castillo, si no muerta y olvidada.Damián asintió con un rugido bajo y amenazante, su mirada ámbar clavada en Evelyn como si pudiera incinerarla con la intensidad de su odio. —Estoy de acuerdo con Raven. Tu sola presencia aquí es una afrenta, una mancha en este hogar. No tienes nada que decir que merezca ser escuchado.Evelyn soltó una risa amarga, el sonido áspero y carente de alegría. —¿Ven? —exclamó, girándose hacia Alexander y los demás lobos que observaban la tensa escena— Fui su concubina durante más de cinco largos años, compartí su lecho, le entregué mi cuerpo y mi lealtad… y ahora me habla como si fuera la últ
— ¿Qué estás diciendo, Evelyn? — rugió Damián, su voz teñida de una indignación forzada, sus ojos ámbar centelleando con una furia cuidadosamente actuada — ¡ Abigail es mi luna! — Evelyn, tus palabras son ponzoña destilada. — aseguró Raven— Abigail llegó para liberarles de su maldición ¿Cómo puedes, con tanta ligereza, convertirla en la artífice de todos nuestros males?Evelyn soltó una carcajada gélida, recorriendo con la mirada los rostros de Damián y Raven, sus ojos astutos detectaban la tensión apenas disimulada en sus posturas, el ligero temblor en sus mandíbulas tensas. Ella sabía que tejían una red de engaños, y esa certeza la impulsaba a redoblar su ataque. —¡Oh, por favor! ¿En serio esperáis que traguemos esa burda farsa? Abigail… o como realmente se llame… ¡es Isolde! La única superviviente del clan que hace cinco años ordenaste destruir, mi prima Isolde. — la acusó señalándola con el dedo — No vino aquí buscando un hogar, sino para infiltrarse, para manipularos y convert
— Cálmate, padre — la voz de Rowan, aunque seguía siendo infantil, resonó con una autoridad inesperada e impropia de su edad. Sus pequeños dedos se aferraron a la gran mano de Damián, y mientras lo hacía, una presión profunda, casi palpable, emanó de su cuerpo. Sus ojos plateados, profundos como pozos lunares, reflejaban una comprensión que helaba la sangre, como si pudiera leer hasta los rincones más oscuros de las almas presentes. — No empeores las cosas… por ahora.La transformación de Damián se detuvo abruptamente. Sus músculos tensos se estremecieron bajo la presión de algo invisible. La furia de la bestia parecía retroceder ante la calma absoluta de su hijo. El aire en la sala se espesó, pesado, como si un cambio irreversible estuviera por ocurrir. Damián cerró los ojos brevemente, su respiración se agitó, pero el destello de serenidad en Rowan era demasiado fuerte para ignorarlo. Con un esfuerzo, comenzó a calmar su furia interna, mientras una sensación extraña, casi como un s