67. No estoy negociando.
Isolde caminaba por los pasillos del castillo, cada paso un eco sordo en el silencio pétreo. Su mente seguía presa del doloroso enfrentamiento con Damián y Raven, un nudo apretado en el pecho que dificultaba la respiración. Cada zancada resonaba con un eco hueco, como si el propio castillo, con sus frías paredes de piedra, absorbiera su pesar. Sin embargo, al alcanzar la puerta de la habitación de Rowan, una tenue luz se filtró bajo el umbral, y su corazón se aligeró apenas un instante.
Abrió la puerta con una lentitud casi reverente y sonrió con una ternura agridulce al ver a su hijo dormir plácidamente, envuelto en la serenidad de las sábanas. La luz de la luna, pálida y espectral, se colaba por el alto ventanal, acariciando con plata su rostro angelical. Se acercó en silencio, los ojos fijos en el suave ascenso y descenso de su pequeño pecho, el único ritmo constante en su mundo convulso.
Se arrodilló junto a la cama, la mano temblándole ligeramente al acariciar su cabello suave co