14. ¡Señor, mire por dónde va!
Renata caminaba al lado de su hijo con su habitual porte de reina: elegante, altiva, inalcanzable. Sostenía el bolso con la muñeca rígida y avanzaba como si el suelo no mereciera tocar sus tacones.
— No entiendo por qué tenemos que ir caminando, Byron — protestó, esquivando una baldosa mojada con una mueca de desprecio dibujada en el rostro. — Tienes un chófer, tres coches y un compromiso con una mujer que sí sabe presentarse en sociedad. ¿Y tú? Caminando como un alma en pena por la ciudad. Y lo peor, haciéndome andar a mí también. Estos tacones no son baratos… ni están pensados para esto.
Byron esbozó una media sonrisa.
— Quizás porque necesito aire, madre. Meterme en un coche ahora sería como estar en un ataúd con ruedas.
Renata entrecerró los ojos, evaluándolo como solo ella sabía hacer.
— ¿Tiene que ver con la chica pelirroja? — preguntó directamente.
Byron se detuvo. El ruido del tráfico se volvió un zumbido distante, como si la ciudad entera contuviera el aliento. Renata siempre