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Elizabeth ingresó a la oficina de su esposo sin avisar.

—¿Tengo que pedir permiso? —cuestionó Ely observando con seriedad a su esposo.

—Nunca lo has necesitado —respondió él, se puso de pie y se acercó para saludarla con un beso, pero ella giró su rostro. —¿Vas a seguir molesta conmigo? —cuestionó frunciendo el ceño.

—Jamás imaginé que fueras tan injusto, y que no permitieras a Pau y Gabo explicar las cosas —expuso con pesar—, pensé que con los años, y al estar en contacto con tantos niños que pasaron por lo mismo que vos se te había ablandado el corazón, pero no, fuiste muy cruel —enfatizó.

Carlos resopló al escucharla.

—Solo deseo proteger a nuestro hijo.

—¡No es un niño! —reclamó Ely—. Ya es un hombre, y más valiente que vos —reclamó—, no trates a nuestro hijo como si fuera alguien que no sabe defenderse.

—¿Se te olvida todo lo que sufrió por culpa de esa mujer? ¿Ya no recuerdas la humillación? —gruñó bramando.

Ely inhaló hondo.

—Paula María tuvo motivos fuertes para hacer
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