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Gabo se puso de pie, salió del bar, y subió a su auto, avanzó un par de calles, y lo estacionó en un lugar apartado, entonces se regresó caminando al club nocturno, divisó en la entrada principal a los guardias, con sigilo llegó a la parte trasera al lugar por donde metían los licores y demás bebidas para atender a los clientes. 

En ese momento un camión descarga algunas jabas de gaseosas, a un señor algo mayor casi le venció el peso y él enseguida se aproximó a ayudarlo. 

—Yo puedo dejar esto adentro —le dijo y lo miró a los ojos. 

El hombre lo observó con atención. 

—Es demasiado arriesgado —informó, casi adivinando las intenciones del joven. 

—No me importa, además puedo darte una buena recompensa —aseguró Carlos Gabriel atento a que los demás hombres que acompañaban al anciano no los vieran charlar. —¿Cuál es el precio?

—Dame quinientos, y te ayudo —dijo el hombre. 

Gabo de inmediato sacó de su billetera cinco billetes de cien dólares, y se los entregó al hombre, entonces antes de que los demás lo vieran, alzó con sus fuertes brazos aquella jaba, y se dirigió a la entrada. 

—No te conocemos, no puedes pasar —advirtió uno de los guardias. 

—Él viene conmigo —aseveró el anciano. 

Los escoltas se miraron entre ellos. 

—No tiene facha de ser un empleado. 

El anciano carcajeó y se aclaró la garganta. 

—Es el hijo del dueño, le encanta meterse en líos de faldas. 

 

Con esa mentira Gabo puedo ingresar sin ningún problema, enseguida llegó hasta la bodega del almacenamiento. 

Una de las jóvenes que esa noche también estaba castigada, y ayudaba en la cocina, logró divisar al joven Duque, lo reconoció de inmediato, lo conocía desde Colombia, él era su compañero en la universidad, antes de que cayera en esa red de prostitución con engaños. 

Se colocó de inmediato la máscara, y sin que la vieran los custodios se aproximó al joven. 

—Sé a quién buscas —dijo la chica—, te voy a ayudar, pero no puedes demorar, está castigada. 

—Gracias —mencionó Gabo, inhalando profundo—, te pagaré muy bien.

La chica asintió, y se puso a coquetear con los dos guardias, y así el joven Duque aprovechó para escabullirse por los pasillos, se escondió detrás de unos muros esperando que la compañera de Scarlett regresara. 

Instantes después la joven apareció, se adelantó y antes de dejarlo seguir, observó que no hubiera hombres cerca del sótano. Cómo la noche estaba muy movida, todos se encontraban en el salón custodiando a las chicas, entonces con su mano llamó a Gabo, para que bajara varios escalones hasta un subterráneo. 

—Te espero arriba —avisó la chica—. Golpea la puerta metálica.

Gabo asintió, y arrugó el ceño, resopló al darse cuenta de que tenían a Scarlett, encarcelada, enseguida se aproximó y golpeó con su puño varias veces. 

—Soy, yo —susurró. 

Scarlett se balanceaba con su cuerpo, mientras estaba sentada en el piso. Una gran descarga de ansiedad la invadía al verse ahí, en ese instante los recuerdos de su pasado la abordaban, después de que tardó algunos años en superarlos, volvían, al sentirse vulnerable.

El golpe que se escuchó en la puerta hizo que la chica volviera al presente, una honda de escalofrío la recorrió al escuchar la voz de Gabo, su corazón se sacudió con fuerza, entonces limpió sus humedecidas mejillas y se acercó lo más que pudo, aprovechando de la oscuridad que se volvía su cómplice en aquella celda en la que se encontraba desde hace unos días, sin derecho a nada.

Como pudo se puso de pie, sintiendo sus piernas temblar ante lo débil que se sentía entonces pegó su rostro en la puerta, sin atreverse a asomarse del todo, por miedo a que la fuera a descubrirlo.

—¿Qué… estás haciendo aquí? —susurró sin muchas fuerzas.

Gabo no pudo ver su rostro, todo era penumbra, su mandíbula se tensó al escuchar el tono fragmentado de la voz de ella. 

—Quería verte, y esa mujer, Violet me informó que estabas con otros clientes —expresó con pesar. —¿Por qué estás aquí? —colocó sus dedos en la rejilla, intentando que ella pudiera ver y tocarlo. 

Scarlett acarició la suavidad de su piel, sintió la diferencia en sus manos, luego de cumplir con los caprichos de aquella despreciable mujer.

—No soy buena obedeciendo órdenes —explicó—. No te preocupes por mí, que no es la primera vez que me tienen aquí, ni será la última. Soy un alma rebelde —dijo mientras suspiraba profundo.

—Lo lamento —expresó él sintiendo la piel de la joven áspera—. Buscaré la forma de sacarte de aquí —aseveró—, no sé lo que tenga que hacer —inhaló profundo. 

—¡No! —exclamó temiendo por la vida de él—, ellos no deben saber que estuviste aquí. Ni qué sabes sobre esto, promételo por favor —suplicó con angustia, mientras hacía presión en sus dedos.

—¡Vete! —gritó la chica que vigilaba arriba. 

—No diré nada —aseguró Gabo para calmar a Scarlett, entonces subió corriendo los escalones. 

—¡Huye por donde vinimos! —solicitó exaltada Brigitte. 

Carlos Gabriel sintiendo la adrenalina recorrer por sus venas, corrió a toda prisa, su respiración era lo único que se escuchaba, enseguida llegó a la bodega, estaban apilando las últimas cajas y él se puso a ayudar, luego de unos minutos salió; sin embargo, no se quedó tranquilo, pensaba en Scarlett y en los castigos que era víctima. 

****

El tan ansiado viernes llegó, luego de que cubrió con gran cantidad de maquillaje la huella que quedaban de los fuertes golpes que recibió, la chica regresó a bailar.

Un caballero de edad avanzada, cliente exclusivo del bar, ingresó acompañado de sus escoltas, de inmediato Violet se aproximó para conducirlo a una de sus mejores mesas. 

Desde ahí el hombre, de contextura obesa, enfocó su mirada en los movimientos de Scarlett, la garganta se le secó, y su cuerpo reaccionó, le habló al oído a uno de sus custodios, y el hombre fue en busca de la encargada, solicitando que la chica le hiciera un baile privado a su patrón, en el salón VIP. 

En cuanto Scarlette descendió del tubo, el emisario del mensaje la tomó por uno de sus ya lastimados brazos e hizo presión con fuerza, para recordarle quienes mandaban ahí, a continuación susurró en su oído y con la mirada señaló hacia aquel hombre.

La chica pasó saliva con dificultad y aguantó el quejido ante la brusquedad con la que la sujetó, entonces con pasos temerosos se cambió hacia la sala en donde se encontraba aquel privilegiado cliente, sin atreverse a mirarlo volvió a subir a otro de los tubos y comenzó a bailar el tan preciado pole dance que a todo mundo les atraía.

El caballero ingería varios sorbos de whisky, miraba atento los sensuales movimientos que realizaba la bailarina, jadeaba admirando aquel baile, entonces se aproximó hacia donde estaba Scarlett, y empezó a subir sus manos por las piernas de la chica. 

Ella al sentir aquel desagradable manoseo cada vez ascendiendo más hacia su zona prohibida, se desconcentró por lo que trastabilló, entonces detuvo sus movimientos y se paralizó al tenerlo frente a ella.

—Le pido que me deje hacer mi trabajo —expresó—, fui traída para bailar —indicó con firmeza, tragándose lo intimidada que se sentía.

—Tu trabajo es complacerme esta noche —gruñó aquel hombre con voz ronca y mirada lujuriosa. —¿Pensabas que me conformaría solo con un baile? —indagó, le dio una palmada en los glúteos a la joven, y carcajeó. 

La barbilla de la chica tembló, cerró sus ojos recordando aquellos días que pasó encerrada, además de la muerte de sus dos compañeras, entonces se giró para intentar retomar el baile, ignorándolo.

—Mal…dito —susurró bajito.

El hombre solicitó que pausara el baile, y que condujeran a la chica a una de las habitaciones. 

Scarlette respiró agitada, negó con su cabeza, sintiendo horror de que la llevaran con él. 

El hombre que antes guió a la chica la volvió a sujetar para que se moviera, ya que no respondía, entonces sus piernas temblaron al comenzar a dar algunos pasos.

En aquella habitación el cliente la esperaba semidesnudo, acostado sobre el lecho. Cuando observó a la chica ingresar, intentó incorporarse, pero el peso de su abultado vientre dificultó la tarea. 

—Bienvenida —carraspeó aclarándose la garganta—. Acércate, no me tengas miedo, la vamos a pasar muy bien. —Elevó una de sus blanquecinas cejas. 

Scarlette obedeció y llegó hasta él, dejando unos centímetros de distancia, su corazón subía y bajaba ante lo aterrada que se encontraba.

—¿Qué… desea de mí? —cuestionó.

El hombre tosió un par de veces, y luego se aclaró la garganta. 

—Me gustaría que tu linda boquita, se posará, aquí. —Señaló con su mano su falo erecto—. Si lo haces bien, te ganarás una cuantiosa propina. 

La repulsión que sintió la atravesó por su ser acompañada de ganas de volver el estómago, entonces se alejó retrocediendo.

—No puedo —expresó negando con su cabeza—. Lo único que me provoca es asco —mencionó acercándose a la puerta.

El hombre frunció la nariz, las arrugas de su frente se hicieron más notorias, y como pudo se puso de pie, se aproximó a la chica e intentó forzarla a hacer realidad sus deseos. 

—¡No! —exclamó defendiéndose, entonces su rodilla llegó a su entrepierna y salió corriendo de ahí entonces chocó con el corpuloso cuerpo de uno de los guardias quien se dio cuenta de los sucedido y se la llevó a una habitación privada, en donde se retiró el cinturón, después de soltarle un golpe en el abdomen para someterla.

—Más vale que te arregles bien —refirió—, que nos tienes que pagar el doble de lo que nuestro cliente pagó por ti. Así que tendrás que buscar la forma de atender varios clientes a la vez para que cumplas la tarifa —indicó—. Tienes una hora para bajar —ordenó con frialdad—, estoy harto de ti, no sé porque no me han dado la indicación de acabar de una buena vez con tu vida. —Frunció el ceño.

Scarlette se quedó tirada ante el fuerte dolor que una vez más su cuerpo emitía. Gruesas lágrimas rodaron sobre sus mejillas. Luego de desahogar la impotencia que la recorría, retocó su maquillaje y se cambió de ropa, para volver al lugar, aunque esta vez, las nuevas marcar, fueron imposible cubrir.

Después de atravesar las cortinas para llegar al cabaret, buscó un espacio para ser parte de las chicas que bailaban en piso, y proseguir con el show, fingiendo la mejor de sus sonrisas.

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