El amanecer se deslizó lentamente, tiñendo de luz pálida las paredes de piedra del palacio. El aire matinal traía el aroma del pan recién horneado, mezclado con el rocío suspendido en la atmósfera. Desde el balcón de su habitación, Seraphine vio el patio principal cobrar vida: sirvientes disponiendo la larga mesa en el gran salón, mientras los soldados relevaban la guardia.
El banquete de esa noche no era solo una reunión diplomática. Era una demostración de poder. Y cada detalle —desde el color del mantel hasta la disposición de los asientos— sería interpretado por los invitados como un mapa de batalla.
Evelyne llegó con una bandeja de té caliente.
—¿No ha dormido, Su Majestad? —preguntó en un susurro.
—Dormir demasiado embota la mente —respondió Seraphine, bebiendo despacio.