La visión de tres monumentos de hombre me deja con la boca abierta, es que es justo lo que me recetó Val para mi limpieza anual.
El mayor es un tipo de unos cincuenta años, rubio, un tanto cobrizo (¿Se teñirá? O algo se debe hacer porque se ve perfecto), de ojos azules, excelentemente vestido en una tenida informal de jeans y camisa arremangada, ¡Dios está como el vino!
Los otros dos, deben ser sus hijos porque son muy parecidos, aunque su color de pelo es más rojizo, el más joven viene enfundado en unos jeans ajustaditos, que le resaltan ese trasero curvilíneo que estoy envidiando y una polo negra que muestra su trabajado pecho. En cambio el mayor aparece de estos muñequitos Ken, cabello bien peinado, suéter de líneas en azul y amarillo y un pantalón de tela que uff, estoy segura que ese paquete que tiene delante está custodiado por unos bóxer apretaditos.
¡Me los como!
Pero hay algo que me resulta familiar en ellos, esos ojos…
¡Me cago en dios!
Miro a los tres hombres fijamente y