PIERO
Sonrió débilmente y su palma derecha acunó mi mejilla. Cerré los párpados, sintiendo como aquel simple gesto me devolvía la esperanza y las fuerzas para luchar por ella, aunque no fuera precisamente ahora, porque como bien había dicho, aunque me escuchara sería difícil de comprender mis razones.
—Perdón… perdóname por todo, Sabrina —susurré, abriendo mis ojos.
—Debo marcharme —musitó de manera débil, como si le costara irse y tomé su rostro, recargando mi frente en la suya—. No lo compliques más, por favor —suplicó y besé sus labios con ternura y delicadeza, sintiendo un sabor amargo por la inminente despedida.
—Te juro que volveremos a estar juntos —sentencié sobre su boca—. No importa cuánto tiempo te lleve darme la oportunidad de explicar todo, de escucharme y entenderme, Sabrina. Yo siempre estaré aquí, para ti. Y si no regresas, te buscaré cuando menos lo imagines y te obligaré a oírme.
—Siempre es demasiado tiempo y no voy a pedirte que esperes por mí.
—De todas maneras, l