SABRINA
Luego de terminar el almuerzo, llamé a Lina para que organizara todo en casa de papá. Si bien pidió perdón por lo sucedido en París, solo respondí que luego hablaríamos seriamente del asunto, aunque ya se me hubiera pasado el enojo. Alison al parecer, tuvo problemas con su vuelo y no llegaría hasta mañana en la noche, por lo que esa niña debería rendirme cuentas en cuanto pisara Los Ángeles. A mis amigas las puse al tanto de manera fugaz y todas estaban en ascuas por aquella repentina cena a las que las había convocado.
En la tarde, después de recorrer las calles de Los Ángeles y enseñarle a Piero los alrededores de mi vecindario, regresamos al apartamento para arreglarnos. Sus cosas seguían en la habitación junto a la mía, por lo que me dio mi espacio para alistarme sin prisa ni ojos que estuvieran sonrojando y calentando a mi piel. Escogí un bonito vestido blanco ajustado, largo hasta las rodillas con escote en «V» y tirantes. Me recogí el pelo de manera informal con algunos