—No debes de tener celos de mi pasado, amor. —Tragué apenas e intenté sonreír—. Tú eres mi presente y mi futuro, y no existe nada ni nadie que pueda cambiar eso, ¿está bien?
—Está bien —repliqué—. ¿Quieres ducharte conmigo? —Cambié el rumbo de la conversación y Piero se incorporó, tomándome en sus brazos y andando hasta el tocador conmigo a cuestas.
El baño fue extremadamente relajante. Al final de cuentas, llenamos la tina y nos sumergimos en ella por cuestión de hora y media, tallando mutuamente nuestros cuerpos, intercambiando besos y caricias, hasta que el agua se enfrió.
Salimos de mi apartamento tomados de la mano, como dos personas que se amaban con tanta intensidad y temían desprenderse de su otra mitad por miedo a que ese momento se esfumara. Ingresamos a un pequeño restaurante italiano, a unas manzanas de mi casa y tomamos una mesa al lado de un ventanal que daba a la calle.
Piero ordenó un vino blanco y yo la comida, que la devoramos en un santiamén.
—¿Cuánto tiempo estuvis