SABRINA
—¿Esto es verdad, Piero? —susurré, extasiada por el momento.
Mi respiración errática lograba que mis senos subieran y bajaran con prisa y más aún, cuando su dedo descendió por mi barbilla y mi garganta, hasta la comisura de mis senos.
—Aún no lo sé… tal vez seas la visión más hermosa que mi miserable existencia tendrá. Sin embargo, me gustaría averiguarlo a mi manera.
—¿Cómo? —Logré decir, notando un matiz oscuro en sus ojos.
—Así… —respondió, buscando mi boca con vehemencia.
Mis manos se enrollaron a su cuello y las suyas se aferraron a mi nuca y mi cintura, presionándome contra él.
Su respiración caliente sobre mi piel, sus besos húmedos en mi carne y la sutileza que empleaban sus manos para acariciarme lograron transportarme a un sitio distinto, a un mundo que desconocía.
Despacio, me cargó entre sus brazos y acomodó mi cuerpo rendido, sobre el lecho, dejando caer su peso sobre mí, besando nuevamente mi boca con urgencia. Sus labios recorrieron mi mandíbula, descendieron po