PIERO
Luego de dejarla en casa de Lucio, con unos celos cargados a mis hombros, llamé a Leo para que me acompañara a hacer lo que deseaba desde el momento en que vi la mano desnuda de Sabrina en el café.
—¿Le comprarás un anillo? —preguntó mi amigo, divertido e intrigado a la vez, mientras ambos caminábamos para llegar al sitio que sugirió.
—Así es…
—¿No te parece un poco precipitado? Además, te recuerdo que aún sigues casado con otra mujer.
—No tuviste ninguna objeción cuando conseguiste un acta de matrimonio falso; así que solo guárdate tus opiniones y ayúdame a escoger el anillo perfecto para Sabrina —repliqué, logrando que Leo me mirara burlón—. ¡¿Qué?!
—Te estás enamorando, Piero… —respondió y suspiré, buscando las palabras adecuadas para describir lo que sentía.
—Sé que no tengo ningún derecho, pero no lo puedo evitar.
—Nadie ha dicho que no tienes derecho; solo te recuerdo tu realidad. Además, ¿no crees que si deseas tener un futuro con ella, decirle la verdad será lo mejor?
—E