Roger se despidió de la vida que había llevado durante más de diez años en New York para ponerse rumbo a Miami, el lugar donde vivía su familia.
Lo sentía como una soga en el cuello que estaba tirando de él y lo arrastraba a convertirse en lo que no deseaba, en una persona adicta al trabajo como Alexander o su padre.
—No seas tan dramático. —Roger miró a Alexander que se encontraba a su lado, en el aeropuerto, sentados en unas de las cafeterías de la entrada porque con los nervios habían llegado cuatro horas antes.
—No estoy siendo dramático, no conoces a mi familia —se quejó Roger.
No le era de mucha ayuda que su amigo en lugar de darle la razón le intentara hacer ver el punto positivo de su vuelta a casa.
¿Por qué no podía ponerse de rodillas y suplicar para que se quedara?
Roger prefería quedarse con su mísero sueldo de asistente toda la vida, en su pequeño apartamento y…
No, no podía continuar viviendo a través de Alexander y su familia, tenía que formar una propia.
Por eso regres