Punto de vista Marcelo
Ya era viernes y regresé a casa un poco antes de lo habitual. Había dejado todo listo para el gran día, pero dentro de esas paredes parecía que nada estuviera pasando.
Valeria estaba sentada, amamantando a nuestra pequeña, y apenas me dirigió una mirada fugaz al entrar.
Me acerqué con cuidado y le di un beso a Estrella, que ya caía en un sueño profundo, sin querer interrumpir su descanso. Luego me volví hacia Valeria para besarla, pero ella giró el rostro, rompiéndome el corazón en mil pedazos. No sabía cuánto más podría soportar esa indiferencia sin perderme en el intento.
—Valeria, mañana es nuestro matrimonio —le dije, sentándome a su lado con la voz firme—. ¿Acaso no vas a hablarme otra vez?
Ella bajó la cabeza y se quedó mirando fijamente a nuestra hija. Quería acercarme, anhelaba que me devolviera ese gesto, pero su distancia era un muro invisible. Aunque compartíamos el mismo techo, su presencia era solo física; emocionalmente, estaba a años luz de mí.
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